En la provincia central de Cuba, específicamente en la carretera que conecta la histórica ciudad de Trinidad con Cienfuegos, un espectacular fenómeno natural pinta el paisaje de rojo cada primavera. Miles de cangrejos, conocidos como Calcinus Rudícola, emergen de sus escondites subterráneos y atraviesan esta vía, creando una vista impresionante con la llegada de las lluvias.
Este crustáceo, que pasa gran parte del año oculto para protegerse del inclemente clima, aprovecha la temporada de reproducción en primavera para que las hembras realicen su migración hacia el mar, donde liberarán sus huevos. Este acontecimiento no solo ocurre en Trinidad sino también en otras áreas del sur de esta cuarta villa cubana, declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad, donde los cangrejos son una presencia familiar y fascinante entre la arena y el mar Caribe.
La especie, notable por su vibrante color rojo adornado con franjas negras y dotada de dos pinzas desiguales, una más grande que la otra, puede pesar hasta 250 gramos y medir unos ocho centímetros de diámetro. Cada hembra es capaz de producir entre 300 mil y 700 mil huevecillos, que lleva adheridos a su cuerpo hasta que llega el momento de soltarlos en el mar.
Además de su hábitat en la costa, los estudios locales han documentado que estos cangrejos también prosperan en ambientes como pantanos, ciénagas y manglares, donde excavan cavernas que pueden alcanzar casi dos metros de profundidad y más de diez centímetros de diámetro. Aunque son comunes en varios puntos del Caribe, en Cuba son especialmente prominentes en lugares como la Ciénaga de Zapata.
Sin embargo, a pesar de su abundancia y la tentación de capturarlos para el consumo, el Ministerio de Salud de Cuba advierte sobre los riesgos potenciales. Los expertos indican que el llamativo color rojo del caparazón de estos cangrejos se debe a la acumulación de tungsteno, un metal pesado que podría representar un peligro para la salud humana si se ingiere, ya que puede permanecer en el organismo indefinidamente.