En las calles de La Habana, la imagen de niños vendiendo dulces y otros productos para contribuir al sustento de sus familias se está convirtiendo en una visión cada vez más común. Este escenario contrasta profundamente con la narrativa oficial del gobierno cubano, que ha sostenido durante mucho tiempo haber eliminado el trabajo infantil dentro de sus fronteras.
El Instituto Cubano de Libertad de Expresión y Prensa (ICLEP) ha capturado esta realidad a través de fotografías que muestran a niños en plena labor comercial. Uno de ellos vende marquesitas, un dulce tradicional, mientras que otro es fotografiado llevando a cuestas bolsas repletas de pan. Estas imágenes, divulgadas ampliamente, ilustran una situación alarmante en un país donde la inflación galopante empuja a más y más familias hacia el umbral de la pobreza.
La organización destacó en una publicación en Facebook que este es el día a día de muchos niños en la capital cubana, forzados a convertirse en vendedores ambulantes para apoyar a sus familias. «Este es el panorama diario de numerosos infantes en la ‘Capital de todos los cubanos’, obligados a ejercer como comerciantes ambulantes para auxiliar a sus hogares, en medio de la severa penuria económica que padecen», expresó el ICLEP en la red social.
La organización también señaló las implicaciones que esta situación tiene para la educación de estos niños: «Estas actividades las llevan a cabo frecuentemente durante el horario escolar, lo que les obliga a ausentarse de la escuela, lugar donde deberían estar en realidad». Este comentario refleja la preocupante intersección de la pobreza y la educación, donde el trabajo infantil no solo es un síntoma de la pobreza extrema sino también una causa de perpetuación de la misma, al limitar el acceso a la educación.
En Cuba, la presencia de menores trabajando se ha intensificado, siendo cada vez más común encontrar a niños que, desde edades tempranas, se ven obligados a iniciar su vida laboral. Esto es consecuencia directa de la presión económica que sufren sus familias, en un entorno donde el coste de la vida aumenta sin que los ingresos lo hagan en la misma medida.
Recientes reportes han mostrado cómo estos jóvenes cubanos no solo venden dulces, sino también refrescos y artículos de uso diario en diferentes rincones de La Habana. Estas actividades, aunque parezcan menores, representan una carga significativa para los niños, quienes deben equilibrar las responsabilidades adultas con su propio desarrollo y bienestar.
La situación también plantea preguntas serias sobre la efectividad de las políticas gubernamentales destinadas a proteger a los niños y a erradicar el trabajo infantil. A pesar de las afirmaciones históricas del régimen cubano sobre sus logros en este ámbito, la realidad en las calles de La Habana sugiere una historia muy diferente.
Este contraste entre la retórica oficial y la realidad observable en las calles cubanas es una fuente de frustración y desilusión para muchos, especialmente cuando se considera el impacto a largo plazo que el trabajo infantil puede tener en la sociedad. La educación, ampliamente reconocida como un medio crucial para mejorar la calidad de vida y ofrecer mejores oportunidades de futuro, se ve comprometida cuando los niños deben trabajar.
En este contexto, la comunidad internacional y las organizaciones locales continúan monitoreando y denunciando estas prácticas, en un esfuerzo por llamar la atención sobre la necesidad urgente de intervención y apoyo. El trabajo infantil en Cuba no es solo un desafío económico o educativo, sino también un profundo dilema ético y social que requiere una respuesta concertada y efectiva.