El régimen cubano está asustado, y su peor pesadilla podría estar a punto de desencadenarse, pues las protestas populares originadas esta tarde en el oriente del país amenazan con extenderse al resto de la isla, tras recientes reportes que indican que varias ciudades se encuentran aún en estos momentos en las calles reclamando libertad.
La situación ha provocado una fuerte movilización de policías y militares en algunos de los barrios calificados como «calientes» en La Habana, pues temen que de un momento a otro se lancen a la calle para exigir sus derechos.
«La Calzada de 10 de Octubre es un ir y venir de grupos de patrulleros de un lado a otro. Andan amedrentando al pueblo e intimidándole, pues tienen miedo que nos lancemos a manifestarnos y con La Habana en las calles la cosa se pone caliente en todo el país», comentó a nuestra redacción un internauta que nos hizo llegar la foto de portada de esta publicación, donde puede verse como un grupo de patrulleros recorre la avenida.
A pesar de los reportes de las ciberclarias en las redes sociales, tratando de dar una imagen de «tranquilidad» en las calles y barrios, lo cierto es que en algunas ciudades los cubanos siguen protestado a esta hora, pidiendo «¡Libertad!».
En medio de las recientes manifestaciones en Santiago de Cuba, el presidente Miguel Díaz-Canel ha recurrido a su perfil en X para comentar sobre los sucesos, interpretando las protestas como resultado del descontento con la provisión de servicios eléctricos y la distribución de víveres. En sus mensajes, Díaz-Canel insinúa que estas expresiones de descontento están siendo instrumentalizadas por «adversarios de la Revolución» con objetivos desestabilizadores, reflejando una tendencia habitual en el discurso gubernamental cubano de redirigir la atención hacia elementos foráneos, como la diáspora cubana y las restricciones económicas impuestas por Estados Unidos.
Además, Díaz-Canel señaló a «terroristas asentados en EE.UU.» como instigadores de actos contra la estabilidad interna de la isla, reafirmando la tendencia del gobierno a atribuir las tensiones internas a la influencia de actores externos.