Un insólito encuentro en el aeropuerto de Boston dejó a agentes aduanales estadounidenses perplejos cuando descubrieron un cargamento inusual en el equipaje de un cubano que regresaba de la isla: una colección de merenguitos destinados a un amigo. La curiosa situación fue capturada en video y rápidamente se esparció por Twitter, mostrando el momento exacto en que los oficiales, al inspeccionar meticulosamente el paquete del pasajero, se toparon con el dulce.
Con evidente sorpresa, uno de los agentes extrajo un merenguito del paquete, lo que llevó a una serie de preguntas sobre la naturaleza del contenido. El joven pasajero, con calma, explicó: «Los envía la madre de un amigo para su hijo, son merenguitos». Este simple postre, emblemático de la cotidianidad cubana y especialmente popular durante la crisis económica de los 90, parecía ser un objeto de desconcierto para los agentes.
La situación tomó un giro aún más intrigante cuando una de las oficiales, movida por la curiosidad y el protocolo, decidió consultar con un superior y proceder a realizar una prueba de detección de drogas al merenguito. Tras unos momentos de tensión y expectativa, el joven fue finalmente autorizado a ingresar los merenguitos al país, una vez que se confirmó que no contenían sustancias ilícitas.
La reacción de la comunidad cubana ante el incidente no se hizo esperar, con muchos expresando en redes sociales que tal escenario probablemente no habría ocurrido en Miami, donde la familiaridad con los productos cubanos es mucho mayor. «En Miami ni le hubieran preguntado seguramente, quién no sabe lo que traía», comentaron algunos usuarios, reflejando la diferencia en el reconocimiento cultural de los alimentos entre diversas regiones de Estados Unidos.
El joven, aliviado y con sus merenguitos a salvo, pudo finalmente abandonar el aeropuerto, llevando consigo no solo un pedazo de su tierra natal en forma de dulces, sino también una anécdota singular que, sin duda, será recordada cada vez que comparta los merenguitos con su amigo. Este incidente destaca las pequeñas pero significativas diferencias culturales que pueden surgir en los puntos de entrada internacionales, y cómo algo tan simple como un postre puede convertirse en el centro de una historia inesperada.