El anuncio oficial de que Alejandro Gil Fernández, ex vice primer ministro y ex ministro de Economía y Planificación de Cuba, cometió «graves errores» en su gestión ha desencadenado un vendaval de opiniones en las redes sociales.
En un giro sorprendente, Miguel Díaz-Canel, primer secretario del Partido Comunista, quien en su momento había elogiado a Gil Fernández, ahora lo acusa de corrupción, simulación e insensibilidad.
Opiniones encontradas inundan las redes sociales, donde el periodista José Raúl Gallegos argumenta que culpar a Gil Fernández por los problemas de Cuba es simplificar una crisis estructural que ha perdurado por décadas. «Ningún error cometido por Gil Fernández puede ser responsable de los problemas que enfrenta el pueblo cubano», sostiene.
Miguel Alejandro Hayes, por otro lado, cuestiona el poder y autonomía de Díaz-Canel, insinuando que podría ser solo una figura decorativa. Esta perspectiva sugiere que otras fuerzas, más allá del gobierno, podrían estar manipulando los hilos del poder en Cuba.
El economista Mauricio de Miranda destaca la falta de independencia y transparencia en las investigaciones cubanas, señalando que en un sistema democrático la Fiscalía no debería necesitar el permiso del gobierno para actuar.
El sociólogo Ramón Guerra García va más allá al explicar que la corrupción en Cuba es inherente al sistema, arraigada desde la era soviética en prácticas como el usufructo del poder y el tráfico de influencias.
El debate se intensifica con referencias históricas, donde se mencionan casos anteriores de figuras políticas acusadas de corrupción en Cuba, sugiriendo que Gil Fernández no es más que otro peón sacrificado en un juego político de larga data.
La narrativa predominante apunta a que Gil Fernández, lejos de ser un defensor del socialismo, era parte del problema de corrupción en Cuba. Se sugiere que su ascenso en la política cubana estaba motivado por intereses personales y la búsqueda de beneficios económicos, más que por un genuino compromiso con el pueblo.
En resumen, las opiniones sobre Alejandro Gil Fernández y las acusaciones en su contra revelan una profunda división en la percepción del gobierno cubano y sus líderes. Mientras algunos lo ven como un chivo expiatorio en un sistema corrupto, otros lo consideran parte del problema arraigado en la estructura misma del régimen.