La historia olvidada de Caniquí, el bandolero cubano que sembró el terror en Sancti Spíritus

Redacción

En la mitad del siglo XIX, las tierras cercanas a la histórica villa de Trinidad, en Sancti Spíritus, vivieron momentos de zozobra y miedo debido a las andanzas de uno de los forajidos más temidos de aquel entonces en Cuba, conocido como Caniquí. Este personaje, cuyo verdadero nombre era Filomeno Vicunía, había nacido en la esclavitud y desde joven se dedicó al hurto de ganado, convirtiéndose en una verdadera pesadilla para los comerciantes que transitaban por los caminos de la región, especialmente en las rutas que unían Trinidad con Casilda y otros poblados cercanos.

Caniquí, un mulato de gran destreza y astucia, se especializó en emboscar a quienes viajaban por esos senderos, despojándolos de sus bienes. Su fama de ladrón y asaltante creció tanto que los habitantes de la villa vivían aterrorizados, temiendo ser sus próximas víctimas. El bandido no hacía distinciones de clase social en sus robos, y su disposición a disparar su arcabuz a la menor provocación sembraba el pánico entre la población.

A pesar de los esfuerzos de las autoridades coloniales y de grupos de voluntarios por capturarlo, Caniquí demostraba una habilidad casi sobrenatural para evadir la captura, refugiándose en su escondite en la playa María Aguilar, donde contaba con la complicidad de los pescadores locales. Estos le proveían información vital para su supervivencia, alertándolo sobre los movimientos de las patrullas y la presencia de posibles presas en la zona.

Sin embargo, la audacia de Caniquí lo llevó a extender sus fechorías hasta las afueras de Santa Clara, donde continuó su racha de robos y asaltos. La situación se volvió tan insostenible que se organizó una expedición especial, liderada por el capitán Domingo Armona y compuesta por campesinos y voluntarios armados, con el único propósito de poner fin a las andanzas del temido bandido.

Armona, astuto y determinado, ideó un plan para engañar a Caniquí y atraparlo desprevenido. Simuló una retirada, difundiendo el rumor de que abandonaba la búsqueda, lo que hizo que el bandido bajara la guardia. Gracias a la información proporcionada por un informante, Armona y sus hombres lograron localizar el escondite de Caniquí en la playa María Aguilar.

El enfrentamiento fue inevitable y, aunque Caniquí recibió un disparo, intentó una última huida lanzándose al mar. Pero la perseverancia de sus perseguidores fue mayor, y finalmente lograron darle alcance en el agua, donde le dieron el tiro de gracia. El cuerpo sin vida del bandido fue expuesto públicamente en la Plaza de Paula de Trinidad, como una advertencia para aquellos que osaran seguir sus pasos criminales. La leyenda de Caniquí, el temido bandido de Trinidad, quedó así sellada en la historia de Cuba, como un recordatorio de los tiempos turbulentos que vivió la isla en el siglo XIX.