Catalina Lasa y Pedro Baró, la historia de amor más grande que vivió La Habana y que se ha perdido en el tiempo

Redacción

En el conservador entorno social de La Habana del siglo XX, se desplegó una historia de amor que desafió convenciones y capturó la imaginación de muchos: la de Catalina Lasa y Juan Pedro Baró, una pareja que no solo desbordaba en riqueza, sino también en pasión y amor profundo.

Catalina Lasa, oriunda de Matanzas y nacida en 1898, unió su vida en matrimonio con Luis Estévez Abreu, descendiente de la ilustre Marta Abreu. Tras casarse en Estados Unidos y concluir las luchas independentistas, se asentaron en La Habana, convirtiéndose rápidamente en figuras centrales de la alta sociedad.

Conocida como “La Maga Halagadora” por su cautivadora belleza, Catalina no tardó en captar la atención de todos, ganando concursos de belleza en 1902 y 1904. Sin embargo, su vida daría un giro inesperado en 1905, cuando en una fiesta conoció a Juan Pedro Baró, un acaudalado hacendado también casado. La chispa entre ellos fue instantánea, desencadenando un torbellino de rumores y un amor clandestino que pronto se haría evidente para todos.

La relación prohibida de Catalina y Pedro encontró su refugio en el Hotel Inglaterra, donde fueron sorprendidos juntos, desatando un escándalo. Catalina fue repudiada por su esposo y perdió la custodia de sus hijos, encontrando consuelo solo en los brazos de Pedro, quien para entonces ya era viudo. A pesar del amor que se profesaban, la sociedad habanera les cerró sus puertas, obligándolos a buscar un nuevo comienzo.

Decididos a legitimar su unión, la pareja viajó a París, donde disfrutaron de una temporada de tranquilidad. Sin embargo, anhelaban regresar a La Habana y vivir su amor sin esconderse. En un audaz movimiento, solicitaron una audiencia con el Papa, quien no solo anuló el primer matrimonio de Catalina, sino que también bendijo su relación con Pedro.

Con la ley de divorcio aprobada en Cuba en 1917, Catalina pudo finalmente legalizar su unión con Pedro y regresar a La Habana. Para celebrar su amor, Pedro construyó un palacio en el Vedado para Catalina, una mansión de ensueño hecha con materiales exóticos y adornada con un rosal único bautizado en su honor.

Sin embargo, la felicidad de la pareja se vio truncada cuando Catalina enfermó gravemente, falleciendo en París en 1930. Su muerte, rodeada de especulaciones, dejó a Pedro sumido en la desolación. En su honor, construyó un mausoleo en el Cementerio de Colón, donde visitaba su tumba cada mañana hasta su propio fallecimiento.

La historia de Catalina y Pedro es un testimonio del poder del amor, capaz de trascender barreras sociales y desafiar las convenciones de su tiempo. Aunque su romance estuvo marcado por la tragedia, su legado perdura como un símbolo de pasión y devoción inquebrantables.