En una época donde ser diferente era sinónimo de ostracismo, Raúl Pulido Peñalver desafió las convenciones sociales de Cuba para transformarse en Farah María, convirtiéndose en una de las figuras más emblemáticas y controvertidas del travestismo en la isla. La decisión de Raúl de abrazar su verdadera identidad marcó el comienzo de una vida llena de desafíos, pero también de una inquebrantable determinación.
Tras la muerte de su madre y el posterior traslado a La Habana con su padre, Raúl enfrentó una infancia y adolescencia marcadas por el rechazo y la incomprensión, tanto en el ámbito familiar como en el escolar. Su inclinación natural hacia los gestos y ademanes considerados femeninos le acarreó burlas y castigos, pero lejos de amilanarse, Raúl se mantuvo firme en su convicción de vivir su verdad, aun a riesgo de enfrentar las consecuencias.
La azotea del edificio en San Nicolás se convirtió en su primer escenario, donde, vestido con ropas robadas a los vecinos, Raúl desfilaba convertido en Farah María, lanzando besos a los transeúntes y desafiando las normas de una sociedad que no estaba preparada para aceptarlo. La violencia paterna no hizo más que fortalecer su resolución de ser quien realmente era, llevándolo a tomar la decisión de abandonar el hogar que nunca fue su refugio.
La década de los 70 marcó un antes y un después en la vida de Farah María. Su debut en las calles de La Habana, ataviado con la identidad que había forjado contra viento y marea, no pasó desapercibido. A pesar de convertirse en blanco de las autoridades y de sufrir innumerables vejaciones, Farah María emergió como un símbolo de resistencia y de la lucha por el derecho a ser uno mismo.
La negativa de Farah a abandonar Cuba durante el éxodo del Mariel la dejó expuesta a la dura mano del régimen, que no dudó en castigar su «extravagancia» con el encierro. Sin embargo, lejos de quebrantar su espíritu, su paso por el Combinado del Este se convirtió en una etapa de reafirmación, donde Farah se erigió como una figura de autoridad y respeto entre sus compañeros.
La vida de Farah estuvo marcada por altibajos, desde su constante lucha contra la discriminación hasta su reconocimiento como personaje costumbrista de La Habana por parte de Eusebio Leal. Su historia se entrelaza con la de la música cubana, siendo inmortalizada por Los Van Van en su canción «El Travesti», y encontrando un refugio temporal en el amor y en su labor altruista en un asilo de ancianos.
La trágica muerte de su pareja Santiago y la posterior pérdida de su protector Jorge dejaron a Farah enfrentando la soledad, pero su legado como pionera del travestismo en Cuba y su incansable lucha por la aceptación y el respeto permanecen indelebles. Farah María no solo desafió las convenciones de su tiempo, sino que también abrió caminos para futuras generaciones, demostrando que la autenticidad y la valentía pueden, contra todo pronóstico, dejar una huella imborrable.