Las Casas del Oro y la Plata, o como los cubanos perdieron millones a cambio de baratijas en un maquiavélico negocio de Fidel Castro

Redacción

En Cuba, durante un periodo que muchos recuerdan con asombro, se vivió una situación única que difícilmente podría replicarse en otro lugar del mundo. Se trata de la era de las Casas del Oro y la Plata, establecimientos gubernamentales que se convirtieron en el epicentro de un intercambio sin precedentes: valiosas joyas, objetos de oro, plata, bronce, cristalería fina, piezas de mármol y hasta lámparas antiguas se cambiaban por bienes de consumo como ropa, electrodomésticos y vehículos LADA.

Estas casas de cambio surgieron como una estrategia del Gobierno cubano para capitalizar sobre las preciadas reliquias que muchos cubanos poseían, en un momento en que las necesidades básicas apremiaban. La finalidad era acumular metales preciosos para respaldar la moneda nacional, que carecía de un soporte en oro y era considerada una de las más débiles a nivel mundial.

Con el tiempo, se revelaron historias de empleados de estas instituciones, que incluían a psicólogos disfrazados de tasadores, cuyo objetivo era persuadir a los clientes para que se desprendieran de sus objetos de valor sin sentirse estafados.

La desesperación era tal que muchos cubanos decidieron “sacrificar” desde el antiguo reloj de oro de la abuela hasta los anillos de compromiso, a cambio de artículos como televisores a color, champú, o ropa de moda, a pesar de ser conscientes de que sus pertenencias valían mucho más de lo que el Estado estaba dispuesto a pagar.

Este negocio resultó ser extremadamente lucrativo para la economía cubana, ya que se recolectaron innumerables objetos de valor. Incluso, lugares tan sagrados como el Cementerio de Colón sufrieron profanaciones, con ladrones desenterrando tumbas para robar las joyas de los difuntos. Se rumorea que incluso instituciones culturales como el Centro Wilfredo Lam y el Museo de Bellas Artes fueron saqueados por dirigentes corruptos que buscaban convertir obras de arte en dinero fácil.

Tras largas filas y tasaciones injustas, finalmente se determinaba el valor de los objetos, que podían ser canjeados por bonos conocidos como PANGOLD o Cheques CIMEX. Estos bonos permitían adquirir productos en tiendas exclusivas para extranjeros y turistas, ofreciendo artículos inaccesibles en el mercado regular.

En lugares como la tienda de Tercera y Cero en Miramar, se podían encontrar alimentos, ropa y electrodomésticos no disponibles en otros comercios, convirtiéndose en un atractivo irresistible. Sin embargo, estos productos tenían precios exorbitantes, muy por encima de lo que el Estado cobraba a los extranjeros, y estaban sujetos a altos impuestos, a veces de hasta el 40%.

Este capítulo de la historia cubana sigue siendo un testimonio de la ingeniosidad y la desesperación de un pueblo que, ante la adversidad, encontró formas de sobrevivir, aunque a un alto costo cultural y emocional.