Para Polo Montañez, Ady García era más que una compañera; era su musa, su inspiración, a quien cariñosamente llamaba Nené. Una mañana, la despertó con la melodía de lo que se convertiría en uno de sus temas más emblemáticos, «Flor Pálida», dedicado a ella, quien compartió su vida desde 1990 hasta el trágico accidente que le arrebató la vida en 2020.
Incluida en su álbum «Guitarra Mía», «Flor Pálida» se convirtió en un himno al amor puro y sincero. Para Polo, Ady era la encarnación de la delicadeza y la ternura, cualidades que supo capturar en cada verso de la canción. «La primera vez que la escuché, Polo estaba al pie de mi cama, con su guitarra y esa sonrisa que tanto lo caracterizaba. Me quedé hipnotizada por la dulzura de la melodía, incapaz de apartar la mirada de él mientras cantaba», recordaba Ady, aún conmovida por el recuerdo.
Su historia comenzó en «La Casona», un lugar donde Polo solía llevar su guitarra y su música. Fue allí, mientras Ady trabajaba, que Polo se le acercó con curiosidad y comenzó a hacerle preguntas, como si fuera un periodista más interesado en su historia que en la noticia del día. Poco a poco, entre acordes y conversaciones, nació una relación que los uniría hasta el final de los días de Polo. «Con Polo, la vida tenía otro color, siempre estaba lleno de alegría y nunca lo vi enojado. Era un romántico empedernido», dice Ady, evocando los días felices.
No mucho después de «Flor Pálida», Polo le dedicó otra canción, en la que la describía como «suave y divina», reflejo de la profunda admiración y amor que sentía por ella. La canción fue presentada en «La Casona», en una velada especial organizada por amigos para celebrar el cumpleaños de Ady, coincidiendo con el Día de los Enamorados. «Nunca olvidaré ese momento. Polo capturó mi esencia en esa canción, describiéndome tal y como era cuando me encontró: una flor marchita, buscando volver a florecer», comparte Ady, con la voz entrecortada por la emoción.
La vida les tenía preparado un giro inesperado. En 2002, al regresar de una celebración, sufrieron un accidente que cambiaría sus vidas para siempre. Polo falleció, al igual que el hijo menor de Ady. «Perdí a Polo, a mi hijo Mirel y, con ellos, una parte de mi alegría de vivir. Aunque el dolor es inmenso, encuentro consuelo en los recuerdos y en el amor que me dejaron», confiesa Ady, con la mirada perdida en el horizonte de sus recuerdos.
Desde aquel trágico noviembre, Ady no volvió a ser la misma. La pérdida de Polo y su hijo la convirtió nuevamente en esa «flor pálida», sumida en el dolor y la melancolía. A pesar de todo, se aferra a la música de Polo, a esa melodía que una mañana le regaló al pie de su cama, como un faro de luz en la oscuridad de su duelo.
El sueño de casarse y viajar a Francia quedó truncado por la cruel realidad. Sin embargo, Ady se consuela con la música que Polo le dedicó, un tesoro que guarda celosamente en su corazón. En cada nota de «Flor Pálida», encuentra un pedacito de Polo, un susurro de su amor eterno que la acompaña en la soledad de sus días.