La emblemática fábrica de chorizos «El Miño», ahora conocida como Empresa Cárnica Tauro, se erige como un recordatorio de tiempos más prósperos en la historia culinaria de Cuba. Situada a escasas cuadras del mercado La Piña en La Habana, esta instalación ha trazado una relación de colaboración peculiar con el mercado estatal, basada en la venta de subproductos cárnicos que la fábrica desecha tras asegurar la carne destinada a la comercialización en tiendas de Moneda Libremente Convertible (MLC).
En un contexto marcado por una crisis económica aguda, los desechos de la fábrica, tales como pellejos, costillas y huesos, se han convertido en una fuente vital de alimento para muchas familias habaneras. La demanda de estos subproductos en La Piña es un reflejo de la desesperación que enfrentan los cubanos ante la escasez de alimentos, una situación que evoca los difíciles días del Período Especial en los años 90.
La paradoja de esta situación radica en que, mientras los residuos de la producción cárnica se convierten en la única opción alimenticia para algunos, la mayor parte de los productos de la Empresa Cárnica Tauro se destinan a sectores más lucrativos como el turismo y las tiendas en MLC. Esta realidad subraya la creciente disparidad en el acceso a alimentos básicos dentro de la isla.
La historia de un joven que esperó desde la madrugada para comprar grasa de cerdo en La Piña ilustra la gravedad de la situación. En un intento por encontrar alternativas al aceite vegetal, escaso en todo el país, este joven invirtió una porción significativa de un salario mínimo mensual en subproductos cárnicos, una decisión forzada por la necesidad.
La presencia de una representante del Gobierno municipal en la cola evidencia la tensión y la desesperación que rodean la distribución de estos alimentos. Además, las condiciones sanitarias y estructurales de La Piña, donde se congrega la comunidad en busca de sustento, dejan mucho que desear, sumando otra capa de dificultad a la ya complicada situación.
La historia de la fábrica «El Miño», desde su inauguración en 1925 hasta su nacionalización en 1962 y la posterior modernización en 1986, es un testimonio de los cambios socioeconómicos que ha experimentado Cuba. Sin embargo, la icónica chimenea de la fábrica, que nunca se ha utilizado, se ha convertido en un símbolo de ineficiencia y contaminación ambiental, afectando la calidad de vida de los vecinos del barrio.