Andros, un joven cubano de veintitantos años originario de un pequeño caserío en Ciego de Ávila, se ha convertido en una figura emblemática en La Habana, conocido no por su parecido con el futbolista inglés David Beckham, sino por su semejanza con el actor español Antonio Banderas. Este «chico de oro», como muchos lo llaman, tiene un estilo inconfundible que incluye vaqueros ajustados de marca, cinturones con hebillas ostentosas, y pulóveres que resaltan su físico trabajado, sin olvidar su llamativa sonrisa y su cabellera perfectamente peinada gracias al gel.
Desde su llegada a la capital, Andros ha sabido cómo hacerse un nombre. Ya no reside en el modesto cuarto que compartía en sus inicios; su vida ha dado un giro de 180 grados gracias a su novia, una modelo cubana radicada en Italia, casada con un acaudalado empresario. Gracias a ella, Andros disfruta de un estilo de vida envidiable, con ingresos mensuales que oscilan entre los 800 y 1000 euros, una casa en Nuevo Vedado, un automóvil y tecnología de punta.
Andros se distingue de los típicos «pingueros» cubanos, término usado en la isla para referirse a aquellos que comercian con su cuerpo. Aunque sus inicios en el «negocio» fueron humildes, pronto descubrió que su atractivo no solo cautivaba a mujeres, sino también a hombres. Recuerda con cierta nostalgia aquellos días en que su juventud y su «dotación» lo hacían popular entre un público diverso, tanto femenino como masculino.
Hoy, Andros ha dejado atrás aquellos tiempos de remuneraciones modestas por encuentros sexuales. Se ha convertido en un nombre conocido entre la comunidad gay española y otros visitantes europeos que, tras escuchar sobre sus encantos, no dudan en buscarlo durante sus estancias en La Habana. Su fama trasciende géneros y fronteras, atrayendo a jóvenes y no tan jóvenes de diversas partes del mundo, ansiosos por conocer al cubano que combina el carisma de Banderas con el atractivo de una estrella del cine para adultos.
Andros se considera a sí mismo un profesional de su oficio, con tarifas que reflejan su estatus y experiencia. Sin embargo, es consciente de los riesgos que implica su actividad en una Cuba donde el trabajo sexual es ilegal. A pesar de los peligros, incluida la posibilidad de enfrentar consecuencias legales, Andros afronta su realidad con humor y una visión clara de su futuro.
Con planes de llevar su espectáculo a Europa, Andros sueña con replicar el éxito de figuras legendarias de la noche habanera de los años 50, pero con un toque moderno y personal. Su ambición lo lleva a imaginar un futuro lleno de éxito, reconocimiento y, por supuesto, una remuneración acorde a su talento y singularidad.
En Andros, se entrelazan la audacia, el encanto y la determinación de un joven que, a pesar de las adversidades, se proyecta hacia un futuro prometedor, donde su nombre resuene en los escenarios europeos, no solo como el cubano que recuerda a Antonio Banderas, sino como una estrella en su propio derecho, «pero mejor dotado que el actor español», como él mismo asegura entre risas.