Las «casitas de Kohly», ubicadas en una barriada de La Habana conocida por sus mansiones y edificaciones antiguas, cuentan una historia de contrastes y esperanzas. Este conjunto de viviendas modestas, dispuestas en largas filas, se ha convertido en el hogar de una comunidad que, a pesar del paso del tiempo y la falta de recursos, ha sabido mantenerse unida y resiliente.
La historia de estas casitas se entrelaza con los relatos y mitos locales, incluyendo la leyenda de que en algún momento sirvieron de alojamiento para soldados estadounidenses durante la primera intervención en Cuba. Aunque esta narrativa ha sido alimentada por la imaginación popular, no existen evidencias concretas que la respalden. Sin embargo, esta creencia ha generado entre los vecinos la esperanza de que, tal vez, algún día, la intervención de un «tío rico» o una declaración de Patrimonio pueda traer consigo la restauración y el embellecimiento de la zona.
La realidad de las «casitas de Kohly» es una de supervivencia y adaptación. Los residentes, muchos de ellos de avanzada edad, han visto cómo su entorno se ha deteriorado con el tiempo. A pesar de ello, la aparición de nuevos negocios entre las casitas sugiere un espíritu de renovación y la posibilidad de una comunidad autosustentable. La presencia de carteles de «Se Vende» en balcones y rejas refleja el deseo de cambio y la búsqueda de oportunidades.
Eduardo, un residente de toda la vida, ofrece una perspectiva más pragmática sobre el origen de las casitas, desmintiendo los mitos de campamentos militares estadounidenses y atribuyendo su construcción a los dormitorios de los trabajadores de la finca Kohly. Esta visión contrasta con la de otros vecinos como Ramón y Rita, quienes abrazan las historias de marines y sueñan con la posibilidad de que las casitas sean reconocidas por su valor histórico y restauradas.
La comunidad de las «casitas de Kohly» se enfrenta a desafíos cotidianos, como techos que amenazan con derrumbarse y la memoria de accidentes pasados que han dejado marcas físicas en las estructuras. A pesar de estos obstáculos, los vecinos continúan haciendo malabares para mantener sus hogares en pie, demostrando una fortaleza y un compromiso con su barrio que trasciende las dificultades materiales.