En la inmensidad de historias que se tejen a lo largo del emblemático Malecón habanero, hay algunas que, por su sencillez y humanidad, merecen ser contadas y compartidas. Tal es el caso de un encuentro casual, pero profundamente emotivo, entre Yordanka Cuza, una madre y su hija Amalia, y Kendra, una joven madre que con su voz y su guitarra intenta ganarse la vida en este icónico lugar de La Habana.
La tarde prometía ser como cualquier otra, con el mar brindando su eterno concierto de olas y el viento llevando consigo el salitre que caracteriza a este rincón de Cuba. Fue entonces cuando la propuesta musical de una joven, con voz tímida pero cargada de esperanza, interrumpió brevemente la conversación entre madre e hija. La respuesta inicial fue un «no, gracias», quizás por reflejo o por la prisa de la vida moderna que a menudo nos impide detenernos a apreciar los pequeños regalos que nos rodean.
Sin embargo, algo en la persistencia de Kendra, que continuó su camino ofreciendo su arte a los transeúntes, tocó el corazón de Yordanka y Amalia. Fue la hija quien, con la sabiduría que a veces solo los niños poseen, sugirió darle una segunda oportunidad a esa voz que ya se alejaba. Movidas por un impulso de rectificación y humanidad, madre e hija se lanzaron en una carrera a través del Malecón, decididas a encontrar a la joven cantante y regalarle no solo su atención, sino también una oportunidad de compartir su talento.
Al alcanzarla, la pregunta «¿cuánto vale una canción?» se convirtió en el preludio de un momento mágico. Kendra eligió «Quiéreme mucho», una canción que, en su interpretación, se transformó en un puente de emociones entre la artista y su inesperado público. Las lágrimas de Yordanka y Amalia fueron el testimonio silencioso del poder conmovedor de la música y de la conexión humana que se había forjado en esos breves minutos.
La conversación que siguió reveló que Kendra era madre de dos niños, luchando por salir adelante en una realidad que a menudo parece indiferente al arte y a las batallas diarias de quienes, como ella, recurren a su pasión para alimentar a sus seres queridos. La generosidad de Yordanka y Amalia, aunque limitada por lo que llevaban consigo, fue un gesto de apoyo y reconocimiento hacia el esfuerzo y el talento de Kendra.
Este encuentro, más allá de la anécdota, nos invita a reflexionar sobre la importancia de detenernos, de escuchar y de valorar los encuentros humanos que la vida nos presenta. Kendra, con su voz y su guitarra, es solo una de las muchas artistas