¿Tiburones en la Bahía de La Habana? Una historia de terror que quedó olvidada en el tiempo…

Redacción

En 1816, un episodio insólito se desarrolló en las aguas de La Habana cuando un barco de guerra inglés ancló en el puerto, cargando a bordo a varios marineros enfermos. La tripulación, enfrentada a la muerte de uno de sus miembros, procedió a darle sepultura en el mar, envolviendo el cuerpo en una frazada con una bala de cañón para asegurar su descenso al fondo. Sin embargo, un desafortunado desgarro en la tela dejó el cadáver flotando, atrayendo a dos enormes tiburones que, en un acto de voracidad, se repartieron el cuerpo, dejando a los testigos en estado de shock.

La presencia de otro tiburón cerca del navío incitó al capitán a intentar cazarlo, utilizando biscochos como cebo mientras preparaba su fusil. A pesar de herir al tiburón, este logró sumergirse, tiñendo el agua de rojo con su sangre. En este punto, un marinero negro del barco se ofreció a capturar al tiburón, prometiendo éxito en menos de cinco minutos a cambio de una recompensa. Con habilidad, utilizó un pedazo de carne como cebo, atrayendo al tiburón y, con la ayuda de la tripulación, lograron izar al monstruo marino a bordo.

El tiburón, de impresionante tamaño, fue medido y examinado, revelando no solo la precisión del disparo del capitán, sino también el hallazgo de diecinueve crías dentro de la hembra tiburón. Este hecho, observado por la tripulación, desafía las afirmaciones de algunos naturalistas que niegan tal comportamiento en los tiburones.

Más tarde, otro tiburón fue capturado, sorprendiendo a todos al encontrar en su estómago el cuero de un novillo, lanzado al mar esa misma mañana. Este hallazgo evidencia la asombrosa capacidad digestiva de estos depredadores marinos.

Sin embargo, lo más peculiar de este relato es la queja formal del Gobernador de La Habana al comandante del barco inglés, lamentando la pérdida de lo que él consideraba “guardianes del puerto”. Este comentario, ya sea en broma o en serio, plantea interrogantes sobre la percepción y el valor asignado a los tiburones en la bahía habanera, un misterio que ni el tiempo ni la memoria han logrado esclarecer completamente.