Armando Calderón, el hombre que con sus mil voces que marcó la infancia de muchos cubanos

Redacción

Durante los años setenta y ochenta, Cuba fue testigo de un fenómeno televisivo que trascendió las barreras generacionales. “La Comedia Silente”, un programa que se convirtió en cita obligada de los domingos, cautivó tanto a niños como a adultos. La inconfundible voz de Armando Calderón, con su tono jocoso y envolvente, era el preludio de una aventura única en cada episodio, prometiendo siempre “los estrenos del pasado” en cada emisión.

Calderón, con su habilidad narrativa y un ingenio sin igual, daba vida a las estrellas mudas del cine, insertando diálogos hilarantes y efectos sonoros creados en vivo, que convertían cada escena en un espectáculo de humor y creatividad. Su capacidad para ambientar escenas de acción, solo con el sonido de objetos cotidianos, era simplemente asombrosa.

El narrador tenía la peculiaridad de renombrar a los icónicos actores del cine mudo, respetando únicamente a Charles Chaplin. Personajes como Cara de Globo, Soplete, y los trillizos Barrilito, Barrilete y Barrilote, se convirtieron en figuras recurrentes de sus relatos, cada uno con características únicas y divertidas.

Calderón también tenía un talento especial para adaptar los contextos de las películas a la realidad cubana, haciendo que los personajes y situaciones resonaran con la audiencia local. Los restaurantes, lavanderías y personajes adquirían nombres y personalidades que reflejaban el ingenio y la creatividad del narrador.

Una de las marcas distintivas de “La Comedia Silente” era la forma en que Calderón manejaba los diálogos de los personajes más jóvenes, especialmente los criados o recaderos, a quienes cariñosamente llamaba “secretario”. Esta elección no solo añadía un toque de ternura a la narración, sino que también destacaba la habilidad de Calderón para dar voz a una amplia gama de personajes.

El programa no solo se destacaba por la recreación de sonidos y la adaptación de los personajes, sino también por la forma en que Calderón jugaba con los acentos y estereotipos de diferentes nacionalidades, enriqueciendo aún más la experiencia auditiva.

A pesar de los rumores sobre un posible desliz en la narración de Calderón, su legado va mucho más allá de cualquier anécdota puntual. Su talento innato para la imitación y su capacidad para dar vida a un sinfín de personajes con su voz lo consagraron como “el hombre de las 1000 voces”, un título que refleja su indiscutible maestría y su lugar permanente en el corazón de los cubanos.