En las afueras de La Habana, justo al margen de la autopista del Mediodía, se erigía la finca Kukine, un refugio campestre que pertenecía al expresidente cubano Fulgencio Batista. Durante sus últimos meses en el poder, Batista dividía su tiempo entre el “Castillito” de Columbia y esta lujosa residencia, dejando de lado el Palacio Presidencial después del asalto del 13 de marzo de 1957.
La finca, que se extendía por 17 caballerías de tierra fértil, estaba dedicada principalmente a la producción lechera y al cultivo de frutas menores. La sombra del ataque del Directorio Revolucionario pesaba sobre Batista, quien, temiendo por su seguridad y la de su familia, ordenó una vigilancia militar constante en todos los accesos a Kukine, asegurando una guardia permanente en la propiedad.
La mansión principal de la finca, con su techo de tejas rojas y sus amplios portales y terrazas de madera preciosa, estaba equipada con todas las comodidades, incluyendo un sistema de música ambiental. Además, contaba con un pequeño cine privado con butacas para el disfrute exclusivo del presidente, sus familiares y amigos cercanos. Batista, a menudo vestido de blanco, poseía un impresionante guardarropa con decenas de trajes de dril.
En la entrada de la finca, Batista había mandado construir un lago artificial, adornado con palmas y una capilla para la celebración de misas. Los jardines, embellecidos con esculturas y obras de arte, albergaban dos piscinas, una para adultos y otra para niños, y se complementaban con cabañas y un bar de lujo, decorado con tinajones camagüeyanos y campanas antiguas.
La sala de estar, amueblada al estilo Luis XV, daba paso al Patio de los Héroes, donde se erigían estatuas de figuras emblemáticas como José Martí y Abraham Lincoln. La biblioteca, que servía también como sala de conferencias, albergaba una vasta colección de libros y bustos de personajes históricos como Gandhi y Churchill.
Batista, un ávido coleccionista, había dedicado un espacio de la mansión al “cuarto de los tesoros”, donde guardaba valiosas piezas de arte, relojes y joyería, cuyo valor ascendía a más de 300,000 dólares. Muchas de estas piezas quedaron en Cuba tras su huida el 1 de enero de 1959.
La noche del 31 de diciembre de 1958, Batista reunió a sus colaboradores más cercanos en Kukine para anunciarles su decisión de abandonar el país. Tras dar algunas instrucciones y despedirse, partió hacia el aeropuerto militar de Columbia, dejando atrás su vida en Cuba.
En enero de 1959, se descubrieron en la finca cajas con alhajas valoradas en dos millones de dólares, incluyendo piezas únicas diseñadas para Batista. Entre ellas, destacaba una sortija de oro con la efigie de un indio, adornada con piedras preciosas y los colores de la bandera del 4 de Septiembre.
Tras el triunfo de la Revolución, la finca fue nacionalizada y pasó a manos del Ministerio de Educación, sirviendo como sede de diversas instituciones educativas y, eventualmente, como lugar de recreo y esparcimiento. La historia de Kukine, desde su esplendor hasta su transformación postrevolucionaria, refleja los cambios tumultuosos de la Cuba del siglo XX.