Lisbet García, la cubana que dirige una secta en Estados Unidos y asegura ser Cristo reencarnado

Redacción

En la vibrante isla de Cuba, Lisbet García emerge como una figura carismática al frente de la iglesia cristiana Rey de Salem, capturando la devoción de aproximadamente mil adeptos con una proclamación audaz: ella es la reencarnación de Cristo en la tierra. Esta convicción se arraiga en la herencia espiritual dejada por su difunto esposo, el predicador puertorriqueño José Luis Miranda, conocido entre sus seguidores como Melquisedec o Papi, quien en vida se autoproclamó “Jesucristo Hombre”, asegurando ser la manifestación terrenal del hijo de Dios.

Tras el enigmático fallecimiento de Miranda en noviembre de 2013, García asumió el manto de liderazgo, presentándose como el nuevo “recipiente de Jesús en la tierra”. Su influencia trasciende las fronteras estadounidenses, encontrando un eco particularmente resonante en Colombia, donde cerca de dos mil almas abrazan la idea de un Cristo femenino, reverenciando a García como Cristo Lisbet.

La iglesia Rey de Salem se beneficia de la era digital para mantener su conexión con la congregación. A pesar de las limitaciones físicas, que contradicen la noción de omnipresencia divina, García utiliza transmisiones de video y presentaciones para comunicarse con sus seguidores colombianos cada domingo, instándolos a contribuir con un “diezmo” que, según afirma, es mandato divino para el sustento terrenal de su iglesia.

La estructura de la iglesia Rey de Salem refleja las características típicas de una secta, con una jerarquía piramidal donde García se sitúa en el vértice, seguida por una cadena descendente de miembros hasta llegar a la base de fieles. A pesar de la colectividad en las contribuciones, los beneficios financieros se canalizan hacia un único destino.

En un acto de lealtad y devoción, muchos seguidores se marcan la piel con las iniciales L y M, simbolizando su compromiso eterno tanto a Lisbet como a su predecesor Miranda. Este gesto simbólico es visto por ellos como un pasaporte a la promesa de vida eterna, un testimonio de su fe inquebrantable en la figura de Cristo Lisbet.