A pesar de las incertidumbres del futuro y el declive económico, en Cuba, el acto del amor se ha transformado en un pasatiempo casi nacional. Indudablemente, ha servido como un desahogo para una generación que creció en internados rurales. Desde 1959, encontrar amor y aventuras pasionales no ha sido un desafío en la isla. La infidelidad, o como coloquialmente se dice, “pegar tarros”, parece ser una práctica común.
Muchos cubanos, dejando a sus esposas en casa al cuidado de la familia, se aventuran con algunos dólares en busca de compañía nocturna. Y con los tiempos que corren, cada vez más personas que ofrecen estos encuentros íntimos están aceptando la moneda local como pago.
En las charlas típicas de hombres, suelen dominar tres temas: las dificultades del día a día, el béisbol y las aventuras amorosas. Aquellos maridos leales y dedicados a menudo se convierten en el blanco de las bromas entre sus pares, que los ven como ajenos a los placeres de la vida.
Aunque no hay estadísticas oficiales sobre la fidelidad en las parejas cubanas, un sondeo informal reveló que, de 27 hombres encuestados, 25 admitieron haber sido infieles en algún momento de su relación.
Y no son solo los hombres los que buscan escapar de la rutina; muchas mujeres también encuentran consuelo en brazos ajenos. De un grupo de 18 amas de casa consultadas, 15 confesaron haber tenido encuentros con jóvenes del vecindario.
“Aunque amo a mi esposo, a veces necesito un cambio, una forma de despejar la mente”, confiesa Alicia tras disfrutar de unas cervezas.
La infidelidad está ganando terreno en Cuba, hasta el punto de que algunas parejas exploran juntas nuevas experiencias durante los fines de semana, incluyendo encuentros lésbicos y otras prácticas.
Aunque La Habana todavía no se compara con París en términos de libertad sexual, si las tendencias actuales continúan, podría acercarse más a ese ideal de lo que muchos piensan.
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