El Viaducto de La Farola, una de las siete maravillas de la ingeniería cubana, es una carretera que desafía las alturas y las montañas orientales de Cuba con su trazado sinuoso y vertiginoso. Iniciada en 1964 y completada apenas un año después, esta obra maestra no solo es un testimonio de la audacia y la habilidad técnica, sino también un símbolo de conexión y progreso para la región.
Comparada a menudo con las impresionantes carreteras de los Alpes suizos por su complejidad constructiva y su impactante paisaje, La Farola serpentea a través de las montañas entre Imías y Baracoa, ofreciendo vistas espectaculares y desafiantes curvas. Este viaducto se extiende por seis kilómetros, desde el Puente de Las Guásimas en Veguita del Sur hasta un mirador estratégicamente ubicado para apreciar la majestuosidad de la costa sur oriental y la provincia de Guantánamo.
La construcción de La Farola fue parte de un proyecto más amplio, la Vía Azul, destinado a interconectar Guantánamo con Baracoa, que hasta entonces permanecía relativamente aislada. El trazado elegido, aunque más largo que la Vía Mulata tradicional, presentaba menos desafíos ingenieriles, excepto por el tramo de seis kilómetros a través de la loma “La Farola”.
La montaña, compuesta por rocas de serpentina y sujeta a un régimen pluvial abundante, exigió soluciones ingeniosas, como el uso de grandes losas de hormigón de 20 cm de espesor para resistir las frecuentes lluvias. En lugar de cortar la montaña, se optó por una construcción elevada sobre grandes vigas de hormigón prefabricado, apoyadas en pilotes, una técnica novedosa y desafiante para la época.
El ingeniero Isoba García, responsable del diseño original, propuso una carretera de seis metros de ancho con un viaducto que se extendiera sobre los precipicios, utilizando vigas prefabricadas en forma de T y pilotes de hormigón fundidos in situ. Esta innovadora solución no solo preservó la integridad de la montaña, sino que también proporcionó una base sólida y duradera para la carretera.
La construcción del Viaducto de La Farola fue una hazaña de la ingeniería y el esfuerzo humano, completada por 514 trabajadores que, en ocasiones, laboraron hasta 17 horas diarias. Hoy, La Farola no solo sirve como una vital arteria de transporte para la región, sino que también se ha convertido en un destino en sí mismo, atrayendo a viajeros y aventureros de todo el mundo, maravillados por su historia, su construcción y las impresionantes vistas que ofrece.