En el Palacio de La Habana, la cúpula del régimen cubano se enfrenta a un dilema crítico: cómo mantener viva la llama de la llamada “revolución” en un contexto de creciente desilusión y escepticismo. En un intento desesperado por reavivar el fervor revolucionario, el Dr. Miguel Díaz-Canel, designado líder del país, convocó al VII Pleno del Comité Central del Partido Comunista de Cuba (PCC) para abordar esta crisis simbólica.
Díaz-Canel, en su discurso, apeló a la necesidad de fortalecer no solo las fuerzas productivas sino también las “fuerzas espirituales de la Revolución”. Con estas palabras, buscó infundir un nuevo sentido de orgullo y pertenencia entre los cubanos. Sin embargo, su retórica parece desconectada de la realidad que enfrenta la mayoría de los ciudadanos en la isla, sumidos en la lucha diaria por la supervivencia.
El socialismo y el marxismo, pilares ideológicos del régimen, han demostrado su incapacidad para satisfacer las necesidades básicas de la población. A pesar de ello, Díaz-Canel insiste en su devoción a estas doctrinas, ahora recurriendo a la espiritualidad como salvavidas. Este giro hacia lo intangible, hacia la búsqueda de un “aliento mítico de la revolución”, refleja la pobreza intelectual y la indigencia moral de los propagandistas del régimen.
La realidad en Cuba es una de capitalismo de Estado totalitario, donde el país se vende a intereses extranjeros mientras la población sufre desigualdad, represión y escasez. En este contexto, el ministro de Economía y Planificación, Alejandro Gil Fernández, pide “confianza” en la revolución y el socialismo, una petición que suena hueca ante la falta de alimentos y servicios básicos.
El discurso de Díaz-Canel en el Pleno del PCC estuvo plagado de referencias a la “crueldad del bloqueo imperial” y la necesidad de “resistencia creativa”. Invocó la memoria de Fidel y Raúl Castro, pero sus palabras resonaron vacías, incapaces de ocultar la incapacidad del régimen para generar resultados tangibles para su pueblo.
El énfasis en el “trabajo político ideológico” revela una estrategia desesperada por adoctrinar a las nuevas generaciones, a quienes se pretende inculcar estas “fuerzas espirituales”. Sin embargo, estas tácticas parecen ineficaces ante una juventud cada vez más desconectada de los ideales revolucionarios y más preocupada por las realidades económicas y sociales.