El reciente programa de la Mesa Redonda dejó en evidencia una situación preocupante: Alejandro Gil, el ministro de Economía asignado a Díaz-Canel, parece estar en la cuerda floja. Se insinúa que podría ser el chivo expiatorio de las crecientes tensiones económicas en la isla y que su destino podría estar sellado ante el descontento popular por la situación económica que se avecina.
A inicios de septiembre, un artículo publicado en Cubadebate, portal digital del Comité Central del PCC, puso bajo la lupa la gestión económica de Gil. El análisis, firmado por Joel Ernesto Marill, no solo repasó críticamente la historia económica bajo la dirección de Gil, sino que también ofreció recomendaciones sobre cómo rectificar ciertas políticas económicas.
Bajo la gestión de Gil, Cuba ha enfrentado numerosos desafíos: la implementación de la Tarea Ordenamiento, la inflación, la fluctuación del valor del dólar, la unificación monetaria, la creación de tiendas MLC, entre otros. Sus declaraciones, como “el 2023 será un año mejor”, contrastan con la realidad que vive el pueblo cubano.
Gil ha sido el rostro visible de muchas de las decisiones económicas más polémicas de los últimos tiempos. A pesar de ello, ha defendido sus políticas y ha tratado de presentarlas como avances positivos, aunque la realidad sugiere lo contrario.
Recientemente, se ha observado un acercamiento entre el Gobierno cubano y ciertos sectores del exilio en Miami. En septiembre, un grupo de “empresarios privados” cubanos visitó la ciudad, generando divisiones en la comunidad exiliada. Esta maniobra podría ser parte de una estrategia del régimen para fortalecer su posición y ganar acceso al mercado estadounidense sin hacer concesiones políticas.
Ante este panorama, es probable que el régimen busque iniciar una nueva fase sin la presencia de Gil. Se rumorea que su sucesora podría ser Johana Odriozola, con fuertes vínculos con el MININT, quien podría liderar el proceso de consolidación de una clase empresarial alineada con el régimen.
Mientras tanto, los cubanos deberán acostumbrarse a ver a Gil con regularidad en los medios de comunicación. Es probable que, antes de tomar una decisión sobre su futuro, el régimen lo utilice como chivo expiatorio para canalizar el descontento popular. Cuando la situación alcance su punto máximo, es posible que Gil sea reemplazado, en un intento de calmar los ánimos y dar una imagen de cambio y renovación.
Sin embargo, este cambio superficial no abordará los problemas subyacentes de la economía cubana. Será como pintar un edificio en ruinas, una solución temporal que no aborda los problemas estructurales. La verdadera solución requerirá un cambio profundo y genuino, algo que el régimen parece no estar dispuesto a considerar.