En la pintoresca calle Paula número 96, situada en el corazón de la antigua Habana, vivió una leyenda que se ganó un lugar en la historia de la ciudad. Alberto Yarini y Ponce de León, un destacado miembro de la secta secreta abakúa y presidente del Partido Conservador en su jurisdicción, era conocido por ser un exitoso administrador de “damas de la noche”, con un harén de seis mujeres dedicadas a la vida pública.
En la barriada de San Isidro, una zona de tolerancia donde las autoridades de la época permitían el ejercicio del oficio más antiguo, Yarini era una figura reconocida y admirada. Aunque provenía de una familia pudiente y honorable, eligió una inexplicable profesión que lo llevó a la fama y la notoriedad.
La leyenda de Alberto Yarini comenzó a tejerse en una tarde primaveral de 1910, cuando se encontró con su rival en el oficio, el francés Luís Lolot, paseándose con un grupo de hermosas mujeres, entre las cuales sobresalía Berta Fontaine, una joven de 21 años recién llegada de París. La belleza y sensualidad de Berta la destacaban entre las demás, y su aparición desató una pasión incontrolable.
La conexión entre Alberto Yarini y Berta Fontaine fue instantánea. Su melancólica mirada, su andar europeo, su acento francés y su escultural figura provocaron un fuego arrollador que ardió en sus almas. Sin embargo, ambos sabían que el amor en su profesión era peligroso y podía llevarlos a la perdición.
Cuando Luís Lolot se ausentó del país en un viaje, Berta no dudó en escapar a la calle Paula para unirse al harén de Yarini. Al regreso de Lolot, la respuesta no se hizo esperar, y se dice que se enfrentaron en un duelo a machete o a cuchillos, dejando una estela de sangre en las calles. Luis Lolot murió en el hospital, y Alberto Yarini sobrevivió solo unas horas más, antes de unirse a su rival en la eternidad. La muerte de Yarini dejó a las “trotantes del asfalto” de La Habana con lágrimas en los ojos.
El funeral de Yarini fue una trascendente manifestación de duelo público. Una multitud impresionante siguió su féretro, incluyendo personalidades políticas importantes de la época, como el entonces Presidente de la República, José Miguel Gómez. En el cementerio, se permitió en público la danza de la hermandad secreta de los abakúa, que lamentaba la pérdida de un “ecobio”. Sin embargo, también se encontraban los partidarios de Lolot, y la reyerta estalló entre los dos bandos, extendiéndose por varios días.
La violencia y los incidentes alejaron a los clientes, llevando a una reflexión sobre el negocio que finalmente puso cordura en la situación. Otros chulos ocuparon el lugar de los fallecidos, pero la memoria del amor maldito entre Alberto Yarini y Berta Fontaine sigue viva en el corazón de La Habana.