Otto Rivero Torres, uno de los altos dirigentes cubanos defenestrados por Raúl Castro en 2009, ha compartido recientemente su conmovedora historia de adicción al alcohol y problemas de depresión tras su destitución. Su nombre puede no ser reconocido por muchos jóvenes de hoy en día, pero aquellos que vivieron la primera década de los años 2000 seguramente recordarán a este “líder” que, por decisión de Fidel Castro, pasó de ser secretario general de la UJC a vicepresidente del Consejo de Ministros encargado de la Batalla de Ideas, un ministerio con amplios recursos en aquel entonces.
Catorce años después de su expulsión, Rivero ha decidido abrir su corazón y compartir su experiencia a través de un extenso texto en su perfil de Facebook. En él, relata los desafíos que ha enfrentado, incluyendo sus problemas de salud y las dificultades para encontrar trabajo.
Según su publicación, fue objeto de rigurosas “investigaciones de rigor” por parte del Ministerio del Interior debido a sus errores, una experiencia que describió como “durísima”. Sin embargo, Rivero hace hincapié en que siempre se respetó su integridad moral y física durante este proceso.
“Cometí el grave error de relacionarme con empresarios extranjeros, como lo requería mi tarea. Sin embargo, nunca acepté un centavo y me enorgullece vivir en mi modesto apartamento en Palatino, Cerro. Amo este humilde lugar y su agradable gente”, expresó.
El exdirigente también revela que durante su juventud era un apasionado de la belleza de la mujer cubana. Sin embargo, reconoce que su mayor problema fue su relación con el alcohol, atribuyéndolo a una predisposición genética heredada de su abuelo.
“A partir de todo este proceso, en abril de 2009, comencé a beber sistemáticamente…”, confesó.
Según su testimonio, en octubre de ese mismo año sufrió una profunda depresión, de la cual logró recuperarse gracias a la atención de una doctora teniente coronel del Ministerio del Interior, quien lo trató durante cuatro años.
“En un estado muy medicado, fui convocado al Partido de Plaza de la Revolución para ser informado de la decisión del Comité Central del PCC de separarme del Partido. Firmé la tarjeta, aunque mi firma no era como de costumbre… estaba bajo los efectos de la medicación. No estaba en condiciones de discutir. La breve reunión fue presidida por el jefe de cuadros del Partido, quien años antes me había dicho en su oficina: ‘No sé quién los va a defender a ustedes cuando Fidel no esté'”, relató.
Rivero aseguró que desde 2009 hasta 2013 atravesó varias crisis depresivas profundas, pero siempre recibió apoyo y asistencia ética por parte de las instituciones del Ministerio del Interior, quienes lo acompañaron en su difícil proceso.
“He pasado largos períodos ingresado. La mezcla de angustia y alcohol fue atómica. En los últimos 10 años he estado mejor. No he necesitado atención médica, aunque hay días en los que estoy muy bajo”, admitió.
A pesar de todos los desafíos que ha enfrentado, fue solo en diciembre del año pasado que el exdirigente decidió dejar de beber. Según sus palabras, lo hizo por sí mismo, por su esposa, su madre, su hermano y sus amigos.
Rivero afirma que nunca ha insultado a la revolución, la cual describe como “nuestra hermosa obra colectiva”. También revela que firmó voluntariamente su regulación para viajar al extranjero, aunque considera que no es una prioridad, a pesar de que dos de sus hijos, Ottico Alfredo y Celia Camila, viven fuera de Cuba desde hace años y han sido blanco de ataques debido a su relación con él.
“Mis hijos han experimentado traumas debido a este proceso… Hoy, los detractores los atacan con todas sus fuerzas solo por ser mis hijos, pero son jóvenes excelentes, responsables, inteligentes, educados y trabajadores”, afirmó.
En la isla de Cuba residen sus otros dos hijos: Olivia, una niña pequeña, y Dassiel, el mayor de todos.
Con respecto a su vida laboral después de su destitución, Rivero menciona que trabajó en la Empresa de Electrónica de Boyeros y en la Imprenta Alejo Carpentier como obrero, pero nunca fue reconocido ni se le pagó por su maestría. También menciona su paso por el Gran Teatro de La Habana, donde fue dado de baja sin explicación alguna.
“Casi no cobré mi último salario allí. Aprendí que para los comunistas, ya no lo soy, pero para los no comunistas, sí lo soy. Un dilema”, señaló.
Finalmente, hace 10 años fue acogido en el Teatro Nacional de Cuba, donde ha establecido buenas relaciones con sus superiores y compañeros. Su único deseo es permanecer allí durante los 11 años restantes de su vida laboral y espera que se cree un puesto de especialista que mejore su salario, propuesta que ya ha sido aprobada por el ministro de Cultura, Alpidio Alonso.
Rivero concluye su emotivo testimonio expresando su agradecimiento hacia los oficiales del Ministerio del Interior con quienes mantiene una comunicación fluida. Destaca su compromiso ético y agradece las atenciones médicas brindadas a su madre.
“He procurado ser ético y cuidadoso en asuntos difíciles de mi vida, siempre apegado a la verdad. Este es mi humilde legado personal y político, caracterizado por mi cercanía con los humildes y mi lealtad a una revolución que, aunque imperfecta, es nuestra obra más auténtica”, concluye.
Todos formaban parte del equipo del dictador, y fueron barridos de un plumazo por su hermano Raúl, tras asumir el mando del país.
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El 2 de marzo de 2009, Otto Rivero fue destituido de su cargo como vicepresidente del Consejo de Ministros en medio de acusaciones de corrupción. Sin embargo, los detalles exactos de las acusaciones no fueron revelados al público.
La prensa oficial emitió un breve comunicado anunciando la decisión del Consejo de Estado de liberar a Rivero de sus responsabilidades, luego de haber transferido los programas que estaba supervisando a los organismos correspondientes.
Rivero no fue el único afectado, ya que otros altos dirigentes también fueron apartados de sus cargos, entre ellos el vicepresidente Carlos Lage, el canciller Felipe Pérez Roque y el secretario personal de Fidel Castro, Carlos Valenciaga. Todos ellos formaban parte del círculo cercano del dictador y fueron rápidamente eliminados de sus posiciones por su hermano Raúl, quien asumió el liderazgo del país.
La destitución de Rivero y otros altos dirigentes marcó un importante cambio en el panorama político cubano, evidenciando la consolidación del poder de Raúl Castro y su intención de llevar a cabo reformas en el sistema de gobierno.