Julio Lobo, el magnate cubano del azúcar que tenía obsesión especial por Napoleón

Redacción

Julio Lobo Olavarría, conocido como el dueño de la mayor fortuna de Cuba en la segunda mitad del siglo XX, llegó a la isla cuando apenas tenía dos años, procedente de Caracas, Venezuela, donde nació en 1898. Su familia, de ascendencia judía sefardí, había pasado un largo tiempo en diferentes países, desde Holanda y España hasta Portugal y Curazao.

Después de que su padre amasara una gran fortuna, envió a Julio Lobo a estudiar en Estados Unidos, donde se graduó como ingeniero agrónomo. En su regreso a Cuba en 1920, asumió la dirección general de Galván, Lobo y Compañía, el negocio familiar que se convertiría en el punto de partida y el impulso de su imperio azucarero.

Julio Lobo llegó a ser el dueño de la mayor fortuna individual en el país, estimada en 85 millones de dólares según analistas estadounidenses y en 100 millones según sus activos en aquel entonces. Se convirtió en el hacendado cubano más importante, poseyendo extensas tierras distribuidas por todo el país. Además, fue propietario o mayoritario en el mayor número de centrales azucareros y uno de los principales vendedores de azúcar en el mercado mundial.

Entre las pasiones de Julio Lobo destacaban la industria azucarera y su fascinación por Napoleón Bonaparte. Su biblioteca especializada en temas azucareros era considerada la mejor y más completa de Cuba, e incluía obras de Da Vinci, Miguel Ángel, Goya y otros pintores destacados. También era conocida su colección de incunables, libros raros y únicos. Sin embargo, la obra más importante y destacada de su vida fue su estudio y recopilación de documentos y objetos relacionados con la figura de Napoleón Bonaparte.

Esta afición dio lugar a una de las grandes joyas de la bibliofilia y colección cubana, tanto por su valor económico como histórico. Su colección, catalogada como una de las más importantes fuera de Francia, cuenta con una amplia compilación de reliquias y más de 200 000 documentos relacionados con el imperio napoleónico.

Aunque Julio Lobo admiraba al emperador, según el testimonio de su hija mayor, Leonor Lobo Montalvo, nunca intentó emularlo. Ella afirmó: «No era tan soberbio como para pensar que era Napoleón Bonaparte, pero al igual que él en su campo, no solo era un genio en los negocios, sino también una persona muy culta».

Tanto Julio Lobo como Napoleón Bonaparte fueron hombres de acción, multifacéticos, controvertidos, solitarios y vivieron su propia versión de Waterloo antes de fallecer en el exilio.

Poco más de un año después del triunfo de la Revolución en 1959, Julio Lobo abandonó la isla hacia Estados Unidos con algunos documentos de su preciada colección. Otras referencias indican que algunas de estas piezas fueron empacadas y enviadas a la embajada de Francia en La Habana. En 1976, su hija María Luisa logró recuperar parcialmente estos documentos con la ayuda de Celia Sánchez Manduley.

Actualmente, la gran mayoría de la colección, alrededor de 7.000 piezas, se encuentra resguardada desde 1961 en el Museo Napoleónico de La Habana, ubicado en la antigua residencia del político italiano de origen cubano, Orestes Ferrara. Esta impresionante colección es considerada la más importante fuera de Francia y alberga una amplia variedad de objetos relacionados con la época del imperio napoleónico, así como más de 200.000 documentos históricos.

Después de asentarse en Nueva York, donde se le conocía como el «zar del azúcar», Julio Lobo logró hacer una nueva fortuna especulando en los mercados financieros, demostrando su habilidad en ese campo. Sin embargo, posteriormente sufrió un nuevo declive financiero que lo llevó a la ruina, y fue en ese momento cuando decidió trasladarse a España.

Durante sus últimos años, Julio Lobo estuvo al cuidado de su primera esposa, de quien se había divorciado muchos años atrás. En sus últimos deseos, solicitó que lo inhumaran vistiendo una guayabera y con una bandera cubana sobre su ataúd. Su cuerpo fue colocado en una discreta cripta en la catedral de La Almudena, en Madrid.

La historia de Julio Lobo Olavarría es fascinante y muestra el impresionante ascenso y caída de uno de los magnates más importantes de Cuba en el siglo XX. Su legado perdura en su destacada colección de objetos napoleónicos, así como en su contribución a la industria azucarera cubana.

El Museo Napoleónico de La Habana continúa siendo un tesoro cultural que permite a los visitantes sumergirse en la historia del imperio napoleónico y apreciar la pasión y el conocimiento que Julio Lobo dedicó a esta fascinante figura histórica.

A pesar de los cambios políticos y económicos que han ocurrido en Cuba, la historia de Julio Lobo y su colección perduran como un recordatorio de la grandeza y la caída de un hombre que dejó una huella imborrable en la industria azucarera y en el ámbito cultural cubano.