La historia detrás del encuentro entre el magnate Julio Lobo, conocido como “el rey del azúcar”, y Ernesto “Che” Guevara es fascinante y llena de matices. Durante el mandato de Guevara como presidente del Banco Central de Cuba, en plena época de expropiaciones, el 11 de octubre de 1960, el comandante citó a Lobo en su despacho. El objetivo de Guevara era retener y explotar el talento y la experiencia de Lobo para dirigir la industria azucarera del país, antes en gran parte propiedad del magnate, y ahora “de todos los cubanos”, es decir, del Estado.
Aunque Lobo esperaba lo peor, se vio sorprendido por la propuesta irónica de Guevara y, después de meditarlo, respondió: “Usted es comunista y yo soy un capitalista de toda la vida. No puede ser”. Según algunas crónicas, al día siguiente, al acudir a su despacho para recoger sus pertenencias antes de abandonar el país, un soldado le soltó la famosa frase: “Ahora le tenemos donde queríamos. ¡Está usted en pelotas!”. Lobo, sin embargo, respondió con otra frase que se ha hecho famosa en la isla: “Verá usted. Yo nací en pelotas, moriré en pelotas y algunos de los mejores momentos de mi vida los pasé en pelotas”.
Otras versiones biográficas, en cambio, omiten estos diálogos y refieren un final más discreto en el que Lobo pide más tiempo para meditar la oferta y, a los dos o tres días, abandona el país en avión, rumbo a Nueva York.
Sea como sea, Lobo dejó en Cuba la mayor de las fortunas allí acumuladas antes de la sublevación de Castro y los suyos, así como un inmenso patrimonio que involuntariamente pasó a formar parte de la revolución. El legado incluía una pinacoteca con cuadros de Rafael, Miguel Ángel, Da Vinci o Regnault, así como numerosos óleos y grabados de Goya. También poseía una riquísima biblioteca, porcelanas de Sèvres, bronces de Thomire y muchos documentos y objetos que pertenecieron a Napoleón, incluyendo un par de pistolas, un bicornio, una casaca y hasta un mechón de pelo o una muela.
Lo que queda de aquella colección de pertenencias del emperador francés forma hoy el grueso de los fondos del Museo Napoleónico de La Habana, con más de 7 400 piezas. El conjunto ocupa tres plantas de una casona construida a imitación de un palacio renacentista y que fue el hogar de Orester Ferrara, diplomático del gobierno de Gerardo Machado