Era una tarde calurosa de verano en La Habana, Cuba. Yo caminaba por las calles de mi barrio, observando las caras tristes y preocupadas de las personas que pasaban a mi lado. La pobreza y la escasez se hacían cada vez más evidentes en mi país.
Recordé mi infancia, cuando la comida y los servicios básicos eran accesibles para todos los cubanos. Ahora, todo era diferente. Las estanterías de los supermercados estaban vacías, y la mayoría de la gente luchaba por conseguir lo mínimo necesario para sobrevivir.
Mientras caminaba, vi a una mujer buscando en un basurero, tratando de encontrar algo para alimentar a sus hijos. Me acerqué a ella, y le pregunté si necesitaba ayuda. Me contó su historia: su esposo había perdido su trabajo hacía meses y ella se había quedado sola para mantener a sus hijos.
La situación era desesperada, no había trabajo y la inflación había aumentado drásticamente los precios de los productos básicos. Los cubanos luchaban por sobrevivir y muchos no tenían acceso a la atención médica adecuada, lo que hacía que las enfermedades se propagaran fácilmente.
Pero no solo la falta de recursos era un problema en Cuba, también había una gran falta de libertad. Las personas vivían bajo un régimen político que restringía su derecho a la libre expresión y la disidencia era duramente reprimida.
A medida que caminaba por las calles de La Habana, vi a hombres y mujeres reunidos en grupos pequeños, hablando en voz baja, temerosos de que alguien los escuchara. La represión del gobierno estaba presente en todas partes, y muchos cubanos se veían obligados a callar y conformarse.
Pero a pesar de todo, la gente seguía resistiendo. Se unían para apoyarse mutuamente y buscar soluciones a sus problemas. La creatividad y la solidaridad eran sus principales herramientas de supervivencia.
En mi corazón, sentía la tristeza de ver a mi país en esta situación. Pero también sentía una gran admiración por mi gente, que seguía luchando día tras día, buscando una vida mejor para ellos y sus familias.
Cada vez que regresaba a casa después de caminar por las calles de La Habana, me encontraba con la misma pregunta: ¿cuándo cambiará esto? ¿Cuándo podremos vivir sin tener que luchar tanto por lo básico?
Pero por ahora, lo único que podía hacer era seguir caminando y acompañando a mi pueblo en su lucha diaria. Y esperar un futuro mejor para Cuba, donde la pobreza y la escasez sean solo un recuerdo doloroso del pasado