Ana Belén Montes, de ser la espía más eficaz de Fidel Castro dentro del Pentagono a caminar ahora libre por las calles de Estados Unidos

Redacción

Ana Montes fue durante 17 años la más eficaz de los informantes de Fidel Castro, una sagaz analista de Inteligencia del Pentágono durante el día y conspicua colaboradora de La Habana por la noche. Según el FBI, la Reina de Cuba, como era conocida, se convirtió en una de las espías más dañinas para la seguridad norteamericana. Descubierta en 2001, fue condenada a 25 años de prisión. A sus 65 años, acaba de obtener la libertad condicional.

Diez días después de los atentados islamistas del 11-S, la seguridad nacional de Estados Unidos hacía aguas. Había que tapar agujeros por todas partes. Un directivo de la Agencia de Inteligencia de Defensa (DIA, por sus siglas en inglés) llama a su despacho a una de sus mejores analistas, Ana Montes, quien está en vías de ser ascendida a una plaza como asesora de la CIA por su aquilatada experiencia. Montes cree que se trata de algo relacionado con los atentados pero cuando ve a dos agentes del FBI en la sala palidece.

«Lamento decirle que está detenida por conspiración para cometer actos de espionaje», le recita el agente Steve McCoy. Ese día, 21 de septiembre de 2001, terminaba la doble vida que Montes había llevado desde 1985. Había llegado a ser la principal experta en las relaciones entre Washington y La Habana. Cuando abandonó esposada las instalaciones de la DIA en la capital federal, tal vez rememorara aquel lejano día de 1984 en que alguien con acento cubano se le acercó en la universidad y le hizo una proposición que ella no dudó en aceptar.

Aplicada estudiante, Ana comenzó a interesarse por la política durante un viaje a la convulsa España de 1977. Allí conocería a un joven argentino que le hablaría por primera vez de la opresión que sufrían muchos países de América Latina por culpa de la política exterior de la Casa Blanca. De regreso a su país consiguió un trabajo como mecanógrafa en el Departamento de Justicia.

Poco a poco y gracias a sus aptitudes laborales, sus jefes le permitieron trabajar con documentación secreta. Se había matriculado al mismo tiempo en la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de la Universidad Johns Hopkins. Y fue allí donde fue contactada por los servicios secretos de Fidel Castro, muy atentos siempre a captar universitarios con ideales de izquierdas. Ana Montes cumplía los requisitos. Era bilingüe y había participado en algunas manifestaciones contra la intervención de la Administración de Ronald Reagan en Nicaragua. Un año después, Montes lograba una plaza en la DIA, adscrita al todopoderoso Pentágono. Ejerció primero como analista sobre Nicaragua y El Salvador y no tardó en ocuparse de todo lo relacionado con el régimen de Fidel Castro en cuestiones tanto políticas como militares.

Su método de trabajo era propio de las técnicas de la Guerra Fría. Durante todos los años que pasó información a La Habana no se llevó ni un solo papel de su despacho. Mientras estaba en la oficina, memorizaba los documentos clasificados que podían ser del interés de los servicios de Inteligencia cubanos. Cuando regresaba a su casa en Cleveland Park, transcribía la información en un ordenador Toshiba y la guardaba en disquetes encriptados. Escuchaba también en un aparato de radio una emisora de onda corta en la que una voz femenina cantaba una serie de números que ella anotaba y traducía a texto gracias a un programa que le habían proporcionado los cubanos. Se veía con sus contactos en restaurantes baratos para pasarles los disquetes.

Tampoco faltaba en su rutina utilizar las cabinas telefónicas para transmitir mensajes cifrados a los «buscas» de sus jefes de operaciones. Viajó a Cuba en varias ocasiones para asistir a reuniones con los responsables de la Sección de Intereses de Estados Unidos en La Habana, con los que se reunía de día mientras aprovechaba las noches para citarse con los cubanos a hurtadillas. También visitó la isla alguna vez de incógnito, con todos los elementos que se le suponen a un espía clásico: pelucas, pasaportes falsos, rutas triangulares para llegar al destino…

El celo que siempre puso en su trabajo de agente doble le permitió a Montes pasar inadvertida durante 17 años en los que, para más inri, recibió varios reconocimientos oficiales. George Tenet, director de la CIA (la Agencia Central de Inteligencia) en 1997, le entregó un certificado especial por su excelente rendimiento. Sin embargo, su empeño en obtener información sensible despertó las sospechas de un colega de su departamento en 1996. Montes se vio obligada a pasar por el polígrafo pero superó la prueba con éxito.

«Ella está entre los espías más importantes que el gobierno de Estados Unidos ha arrestado desde la Segunda Guerra Mundial y es una de las que más daño ha causado en la historia moderna de este país», ha declarado a BBC News Peter Lapp, uno de los agentes del FBI que llevó a cabo la investigación contra Montes y su posterior interrogatorio. Para Lapp, una de sus acciones más perniciosas fue la revelación de datos relativos a un relevante programa satelital de la Oficina Nacional de Reconocimiento. En otra ocasión, informó a los cubanos sobre la identidad de cuatro agentes norteamericanos que trabajaban en la isla.

Con el paso de los años, Ana Montes empezó a preocuparse por su futuro personal. No había renunciado a sus principios ideológicos y, de hecho, nunca cobró de los cubanos por su arriesgada labor. Pero sentía que no podría llevar nunca una vida normal, tener una pareja estable a la que confiar su secreto, ver crecer unos hijos… Tampoco podía mantener charlas confidenciales con su familia. Sus hermanos Tony y Lucy trabajaban en el FBI. Lucy era analista en Miami y en 1998 colaboró como traductora de conversaciones grabadas en el desmantelamiento de la Red Avispa (un grupo de agentes cubanos infiltrados en organizaciones del exilio en Florida). Fue un duro golpe para Cuba. De ahí surgió el célebre caso de «los cinco héroes», los agentes cubanos que sufrieron largas condenas en suelo norteamericano y por cuya liberación Castro movilizaba a sus compatriotas en la isla cada vez que tenía ocasión.

Mientras los cubanos reducían al mínimo sus reuniones con Montes a raíz del descubrimiento de la Red Avispa, la maquinaria de la contrainteligencia estadounidense se puso en marcha. El FBI sabía desde hacía tiempo que había un topo en las agencias de seguridad. Un funcionario de la DIA, Scott Carmichael, se puso a investigar y comenzó a sospechar de Montes por su cercanía a secretos relacionados con Cuba. Fue tirando del hilo hasta que consiguió una orden para registrar su apartamento y clonar el disco duro de su Toshiba. Tras 17 años y a punto de conseguir una plaza en el consejo asesor de la CIA, Montes estaba cercada.

Era mediados de 2001 y los agentes querían cazar también a sus contactos castristas. Pero todo se precipitó tras los atentados del 11 de septiembre. Si Montes se trasladaba a la CIA podría acceder a información privilegiada sobre los planes militares de la Casa Blanca en Afganistán. Fue detenida el 21 de septiembre. Se declaró culpable, confesó algunos de sus delitos y evitó así la silla eléctrica.

A sus 65 años, ha cumplido su condena en la cárcel pero tendrá que permanecer los próximos cinco años en régimen de libertad condicional. Abandonó la prisión federal en Fort Worth, Texas, hace una semana y se ha instalado en Puerto Rico, la tierra donde nacieron sus padres.