El 13 de marzo de 1963, el engendro de Fidel Castro pronunciaba su infame discurso en la Universidad de La Habana, atacando a los «jóvenes pepillos con pantaloncitos estrechos».
Allí, diría cosas que la sociedad cubana jamás debería olvidar ni perdonar. Sin embargo, parece que hay alguna amnesia colectiva que amenaza con hacer desaparecer el odio destilado por el dictador mayor. Para cuando te pregunten, nuevamente, quién empezó todo.
La ‘parametración’ fue el nombre oficial dado por el régimen a la cacería de homosexuales y de algunos artistas «incómodos» para el gobierno, que dejó sin trabajo a decenas de figuras del gremio artístico; humilló y calumnió a grandes escritores, actores y directores de teatro, televisión y cine, así como a artistas de la plástica. Algunos corrieron a casarse, otros corrieron a esconderse y otros fueron a protegerse bajo las alas de sus amigos dirigentes.
Sin la responsabilidad de algunos intelectuales, sin el silencio y la pasividad de muchos y la complicidad y el oportunismo de no pocos, el «Quinquenio Gris» no hubiese tenido lugar.
El 11 de abril de 1965, la revista Verde Olivo publicó el libro ‘El socialismo en Cuba’, escrito por el Che, donde este afirmaba que el «pecado original» de los intelectuales era no haber luchado contra Batista. Desde ese momento y hasta la celebración del Primer Congreso de Educación y Cultura, el 23 de abril de 1971, todo fue de mal en peor en Cuba y el acoso hacia estas personas fue implacable.
Cuando Fidel Castro pronunció sus ‘Palabras a los intelectuales’, donde afirmaba que «dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución nada», se encarceló la obra artística y literaria en Cuba y los autores cubanos, aunque duela decirlo, se convirtieron en dóciles carneros.
La dictadura celebró un exorcismo cultural en medio de la UNEAC para que el escritor Heberto Padilla se autoinculpara de ser enemigo de la Revolución. La declaración final del Congreso cayó como plomo caliente sobre los intelectuales, ya que condenaba toda «forma de intelectualismo, el homosexualismo y otras aberraciones sociales, cualquier forma de práctica religiosa, y afirma que el arte solo debe estar al servicio del pueblo».
En el discurso de clausura, el Fidel Castro afirmó que «el arte es un arma de la Revolución».
Incluso todavía, a estas alturas, hay algún desmemoriado que dice que no se debe mezclar todo con la política. Pareciera que no nacieron en Cuba.
Tres años después de la muerte de Castro, el antiguo Instituto Superior de Arte (ISA) inauguró una cátedra honorífica dedicada al «pensamiento cultural» del exdictador cubano, reportó la agencia estatal Prensa Latina. María Luisa Pérez, directora de investigación y posgrado del ISA, dijo: «La Universidad de las Artes crea la Cátedra Honorífica Pensamiento Cultural de Fidel Castro como homenaje merecido a ese hombre que soñó que en este sitio nacieran en 1962 las escuelas nacionales de arte de Cuba, las escuelas Cubanacán, [y] que en 1976 se fundase aquí el Instituto Superior de Arte».
Sin embargo, la funcionaria no mencionó que la obra diseñada por los arquitectos Ricardo Porro, Vittorio Garatti y Roberto Gottardi nunca llegó a concluirse por la recia política cultural, de corte estalinista, que atravesó el arte y otros ámbitos de la vida nacional, especialmente durante el llamado «Quinquenio Gris», en la década del 70 del pasado siglo. También obvió que las autoridades cubanas alentaron una purga de intelectuales, escritores y artistas de las universidades y otros centros por opiniones políticas, orientación sexual, apariencia física, comportamiento social y otros motivos.
A fines de 1965, se crea en Cuba una de las instituciones más desconocidas y opresivas en toda la historia de la Isla: las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP) nombre sugerido por Castro. Estaban situadas en lugares aislados y de difícil acceso, como el sur de la entonces provincia de Camagüey. Su objetivo era reformar a personas consideradas como portadoras de «vicios capitalistas»; es decir, homosexuales, religiosos, jóvenes sin vínculo estudiantil o laboral, delincuentes y desafectos al proceso revolucionario.
Algunos, muy convenientemente, han olvidado esta historia. Otros, quizás, ni siquiera se han tomado el trabajo de leerla.