La cubana Diana Guzmán llegó con su familia hasta Honduras tras un arriesgado trayecto por tierra desde América del Sur, como muchos de sus compatriotas. Le robaron todo en la selva y pide ayuda para seguir su migración hacia Estados Unidos.
En los parlantes de un negocio en Comayagüela, vecina a la capital Tegucigalpa, suenan ritmos tropicales. Diana, de 48 años, baila con su nieta Brianna, de 6. Lleva caramelos que compró para revender a transeúntes. A un lado las observan su hermana (54), su hija (32) y su yerno (34). Pasan aprietos pero mantienen la alegría.
Este grupo es un ejemplo más de un cambio de tendencia en la migración que usa Centroamérica para tratar de llegar a Estados Unidos.
En 2021, Honduras registró el paso de 17.590 migrantes en situación irregular, principalmente haitianos. Pero la situación cambió en 2022. Entre enero e inicios de junio han superado los 44.000 y la mayoría viene de Cuba, nación agobiada por una severa crisis económica. Los siguen los venezolanos.
Trabajadora de un asilo, Diana y su familia vendieron las dos casas que tenían en Cuba y compraron pasajes hacia Guyana, a 1.500 dólares el boleto.
Iniciaron su viaje hace tres meses y continuaron por tierra hacia Brasil, Perú, Ecuador y Colombia, hasta internarse en la selva del Darién, célebre por el peligro que representa para quien trata de cruzarla.
«La travesía ha sido bastante dura porque cuando entramos a la selva no pensamos que íbamos a pasar el trabajo que pasamos. La selva entre Panamá y Colombia, allí nos robaron», cuenta Diana.
Cuenta que los abandonaron desnudos y amarrados en la selva.
«Nos quitaron todo, la comida que trajimos la pisoteaban. Los teléfonos nos los quitaron. Estaban vestidos de negro, con escopetas, y al que se opusiera o dijera algo (…) le daban con la escopeta y los dejaban tiraditos allí», explica.
Horas después, otros migrantes los hallaron, los desamarraron y les dieron ropa y alimentos. Una comunidad indígena de Panamá los apoyó.
«Allí en la selva vas caminando y las personas se caen delante de ti, y cuando vienes a ver ya están muertos. La selva es muy dura y no quisiera pasar más nunca por eso», detalla Diana.
Según las autoridades panameñas, los haitianos lideraron el paso por esta selva en 2021. En lo que va de este año encabezan la lista venezolanos y cubanos.
-Discreción en Managua-
Desde que Nicaragua no pide visa a los cubanos, muchos prefieren volar hasta Managua para continuar rumbo norte. La alta demanda desde La Habana ha colocado los pasajes en torno a los 6.000 dólares, según los propios usuarios.
Migrantes en Managua que prefieren el anonimato cuentan que salen de la isla con el «tour» pactado: hospedaje en Nicaragua que va de 15 a 30 dólares la noche y traslado a cargo de «facilitadores». Los viajes son financiados por sus familiares en Estados Unidos.
Pero otros como Diana no tienen la misma suerte y viajan hasta Sudamérica para luego subir.
Tras cruzar Nicaragua, llegan en autobús al pueblo de el El Porvenir, en la frontera con Honduras.
Caminan por la orilla de un cultivo de maíz, cruzan un bosque de eucaliptos y aparecen en Honduras.
Allí los esperan unos mototaxis que los transportan hasta Trojes, una ciudad de unos 54.000 habitantes de calles de cemento entre montañas verdes.
En el centro de Trojes se aglomeran frente a la oficina de la Dirección Nacional de Migración, donde tienen que pagar 210 dólares de multa por ingreso irregular.
Los que no pueden pagar se quedan varios días hasta que las autoridades les entregan un salvoconducto para continuar. La siguiente escala es Danlí y luego Tegucigalpa o Comayagüela.
-Controles en Guatemala-
A diferencia de otros migrantes, varios cubanos que llegan a Estados Unidos pueden entregarse a las autoridades, entrar bajo palabra («parole») y tratar de acogerse a la Ley de Ajuste Cubano (1966), un beneficio que data de la Guerra Fría y permite a quienes dejan Cuba solicitar residencia legal en Estados Unidos. Otros piden asilo.
«Me vengo por la situación económica que tenemos en Cuba, bastante pésima. El salario apenas nos alcanzaba, si comprábamos un par de chancletas (sandalias), no podíamos comer», lamenta Diana.
«No tenemos a nadie que nos mande dinero del extranjero y decidimos venir para darle un mejor futuro a la familia que está en Cuba, y a mi nieta», agrega.
En Comayagüela los migrantes abordan buses de transporte público rumbo a la frontera con Guatemala. Algunos hacen el recorrido por su cuenta y otros se apoyan en traficantes de personas conocidos como «coyotes».
El miércoles 15 las autoridades de Guatemala, que han reforzado controles en sus carreteras, capturaron a ocho «coyotes» e interceptaron el paso de casi un centenar de migrantes, la mayoría de Cuba y Venezuela.
Mientras se prepara a continuar su camino desde Honduras, Yasmani Alsina, yerno de Diana, confía en la buena voluntad de los centroamericanos.
«Por favor, ayuden a todos los inmigrantes, no saben lo que han pasado por la selva, no es cuento (…) los necesitamos para llegar a nuestros destinos y tener un mejor futuro».