A Jacomino, como le llaman casi todos, o Jorge Luis Crespo (su nombre real) se le puede ver siempre en El Mejunje de Santa Clara. Allí sirve de guía turístico improvisado a los extranjeros que visitan el célebre centro nocturno. Eso le da para comer y mantener su “campamento” en un local que ocupa de forma “ilegal” y al mismo tiempo “legal” en las cercanías.
Sus rastas lo hacen un personaje muy peculiar en el concierto de la ciudad de Santa Clara y su imagen es una de las más fotografiadas por los visitantes extranjeros y hasta ha sido entrevistado para varios documentales. Es, sin dudas, una especie de celebrity local; Así que la policía no se mete con él. Sin embargo, no siempre fue así. Su vida antes de El Mejunje fue muy dura.
Nació el 4 de julio de 1964 en Ranchuelo, fruto de un escarceo amoroso de su madre. Su padre, Magdaleno, era trompetista de la Orquesta del Circo de Villa Clara y estaba casado en el poblado de Esperanza donde tenía otros tres hijos, así que nunca lo vio mucho.
Su madre tuvo que zapatearla para poder criarlo y Jacomino, en realidad no ayudó mucho. Tenía aptitudes para el deporte y hasta participó en campeonatos nacionales de hockey sobre césped; pero, como no estudiaba ni trabajaba, nunca pudo pasar de ahí.
A los 16 años comenzó a trabajar en la fábrica de cigarros de Ranchuelo. De allí sacaba paquetes de cigarros para vender en la calle, hasta que lo sorprendió la policía y cayó preso por primera vez. Fueron seis meses. Luego entraría y saldría de la cárcel varias veces por escándalos públicos y broncas.
Su padre abandonó el país durante el éxodo del Mariel y tuvo dos hijos más en los Estados Unidos, que fueron adoptados por una familia adinerada cuando el viejo terminó en prisión. Esos hermanos que nunca ha visto fueron los que le avisaron, muchos años después, que Magdaleno había muerto en el norte.
Jacomino decidió enderezar su vida y trabajó diez años en Transporte sin buscarse problemas. Hasta que un mal día lo enredaron en el asunto de un robo (hasta hoy sostiene que es inocente) y lo encerraron otros siete meses. Cuando salió de la cárcel ya no quiso volver a trabajar, aunque le tenían guardada la plaza. Había contraído el SIDA y se avergonzaba de que lo vieran sus antiguos compañeros.
Ocho años pasó encerrado el sanatorio de Santa Clara; pero cuando este cerró, se negó a irse para Sancti Spíritus donde lo iba a reubicar. Así que se quedó en la capital de Villa Clara; sin casa, sin dinero y sin carnet de identidad.
Fue entonces que comenzó a quedarse en El Mejunje. Allí dormía en una caja de muerto que se utilizaba en una obra teatral.
Para la policía era sólo un vago, y como no tenía carnet de identidad, lo llevaban constantemente detenido para la unidad. Un día el jefe de la estación se aburrió de verlo allí y le dijo a los agentes que no lo “cargaran” más.
Por esos días Jacomino se enteró de que había un local estatal vacío cerca de El Mejunje y decidió que ya era hora de volver a tener casa. De una patada rompió el cristal de la puerta y se metió dentro. Al otro día se presentó ante la policía.
El jefe de la unidad le dijo que se quedara tranquilo allí sin meterse en líos, que él lo prefería a tener que estar dándole comida en un calabozo. Así, con la bendición de la policía, Jacomino se convirtió, probablemente, en el único ocupante ilegal y legal que existe en Cuba.
Ya lleva casi una década viviendo allí y sin “meterse en líos”, como le recomendó el jefe de la policía de Santa Clara. Su “casa” ha sido filmada por dentro y por fuera y es casi una atracción turística anexa a El Mejunje.