En la calle Paula número 96, casi en el mismo centro de la vieja Habana, Alberto Yarini y Ponce de León. Miembro de la secta secreta abakúa. Presidente del Partido Conservador en su jurisdicción. Exitoso personaje de la vida mundanal y notable administrador de “damas de la noche”, compartía con sus 6 mujeres dedicadas a la vida pública.
Era el hombre más famoso de la barriada San Isidro, sitio habanero de tolerancia, donde las autoridades de la época permitían ampliamente el ejercicio del más antiguo de los oficios. Inexplicable profesión, para el hijo de una familia pudiente, de larga tradición honrosa y decente.
Yarini comenzaría a convertirse en leyenda, aquella tarde primaveral del año 1910, cuando su rival en el oficio de chulo (proxeneta), el francés Luís Lolot, se paseaba por el medio de la calle con un grupo de sus más bellas mujeres. Una de ellas sobresalía del sexuado rebaño. Berta Fontaine, hermosa hembra de 21 años, acabadita de llegar de París. Parecía fabricada para el oficio de amar.
Nadie sabe si fue su melancólica forma de mirar a los ojos a los hombres; esa manera tan europea de caminar; su acento francés; sus húmedos labios carnosos; o su escultural cuerpo, anunciador de los más desquiciantes placeres. Dicen, que en aquel momento solo fue una mirada, pero en ésta, el fuego del amor les quemó el alma.
Pero ambos sabían que esta pasión habría de sentenciarles. Conocían bien que en este oficio del amor tarifado, el que se enamora pierde. El desenlace ocurrió cuando Lolot salió de viaje al extranjero. Berta no perdió ni un segundo en escapar de madrugada a la calle Paula, para unirse al harén público de Yarini. Al regreso, la respuesta no se hizo esperar. Unos dicen que el duelo fue a machete, otros aseguran que a cuchillos.
Se cuenta que el 26 de noviembre de 1910 pelearon como fieras, en plena calle y la sangre empapaba ambos cuerpos abundantemente, cuando fueron llevados al hospital. Luís Lolot, de 28 años de edad, llegó cadáver al centro asistencial. Yarini, de 26 años, logró sobrevivir unas horas más, para después irse del mundo. Esa noche, casi todas las “trotantes del asfalto” en La Habana, ejercieron con lágrimas en los ojos.
El funeral fue tildado por la prensa como “trascendente manifestación de duelo público”. Una impresionante multitud seguía al féretro de Yarini. Afirman que asistió José Miguel Gómez, entonces Presidente de la República, además de otros importantes personajes políticos de la época.
En el Cementerio, ante el asombro de todos se dejaron escuchar los tambores. Por primera vez, se permitía en público la danza de la hermandad secreta de los abakúa, que lamenta la pérdida de un “ecobio”. Pero también estaba ya en la necrópolis, el cortejo fúnebre de los partidarios de Lolot y la reyerta estalló de pronto entre los dos bandos. Dicen que comenzó en el cementerio y a la noche se extendió al barrio de San Isidro, alargándose con incidentes callejeros y furiosos choques por varios días, hasta que fueron extinguidos los deseos de venganza.
La violencia alejaba a los clientes, la mentalidad del “negocio” les llamó a la cordura y nuevos chulos ocuparon el lugar de los muertos. Pero todos en La Habana aún recuerdan el amor maldito del gran Yarini y la francesita Berta.