En el pueblo de Santa María del Rosario en las afueras de La Habana parece que el tiempo se detuvo. La Carretera Central tuvo la mala idea de no atravesarle y esa fue su ruina. El vecino Cotorro prosperó y la población en la que se construyera la Catedral de los Campos de Cuba se hundió en el olvido. Por suerte nos quedan sus historias y leyendas, una riqueza que la peor de las suertes no puede borrar.
La Iglesia Parroquial de Nuestra Señora del Rosario suele jugar una mala pasada visual a los visitantes, ya que sus fachadas de piedra de cantería sin adornos, hacen que nadie pueda llegar a sospechas los tesoros que realmente guarda tras sus puertas
En su interior todo es distinto y hasta el más pinto de los viajeros cae rendido ante la magnificencia del lugar. Su altar es enorme y en sus columnas salomónicas aún brilla el oro del que fueran recubiertas; custodiado desde las pechinas por santos salidos de la mano del que se considera el primer pintor genuinamente cubano, José Nicolás de Escalera.
Para la cultura cubana, estas obras de Escalera constituyen un verdadero tesoro. En ellas se mezclan la típica temática religiosa con el talento criollo de un pintor del siglo XVIII anclado en la comarca rosareña.
Sin lugar a dudas, una de las principales atracciones es Santo Domingo y la Noble Familia de Casa Bayona, la primera pintura cubana en la que aparece un hombre de la raza negra. Este aparece sentado a los pies del primer Conde de Casa Bayona, como un fiel servidor que, con desenfado cruza su brazo sobre la pierna de su amo.
Cuenta la leyenda que este hombre era un esclavo que llevaba agua de un manantial secreto a sus dueños. Las milagrosas aguas, tenían poderes curativos que llegaron a aliviar no pocos padecimientos a la aristocrática familia. Por ello, el conde Don José de Bayona insistió en que, en la pintura, el esclavo apareciese a su lado.
Sobre las aguas del misterioso manantial, que luego se volvieron famosos, se construyó años más tarde el balneario de Santa María del Rosario.