Durante la década del 40 y 50, en La Habana la prostitución llegó a alcanzar niveles sin precedentes en los anales de nuestra historia, al punto que para muchos se identificaba como “El Burdel de América”.
Más de 100.000 mujeres se prostituían y existían numerosas “modalidades” que iban desde la “de lujo” hasta las “orilleras” o “fleteras”.
Justamente en ámbito de la prostitución de lujo resaltó una matrona conocida como Marina. Nadie sabe si ese era su nombre verdadero o si bajo ese patronímico existieron varias personas, lo cierto es que ese personaje fue real y que después de 1959 emigró de Cuba.
El -servicio- se prestaba por diez pesos -una fortuna en la década de los 40-, y la puerta principal se abría solo al cliente conocido y, a la discreción, al que llegaba recomendado o podía mencionar, por su nombre, a algunas de las muchachas que -laboraba- en la casa.
Marina se las ingeniaba para mantener un suministro estable de jóvenes bellas, las cuales eran reclutadas en su mayoría mediante promesas falsas y luego enfrentadas a la triste realidad de tener que vender su cuerpo para pagar las deudas contraídas.
Marina vestía a las muchachas, les proporcionaba un sitio donde quedarse e incluso invertía en su refinamiento y modales antes de lanzarlas al negocio. Y eso había que reintegrárselo.
En varios sitios de La Habana hubo casas de Marina. Por Infanta, por el Malecón… Cuando el gobierno de Prío se sintió amenazada en lo que era su casa matriz de la calle Colón número 298, salió de la ciudad y abrió el Reloj Club en la calzada de Rancho Boyeros.
La cadena de burdeles de Marina se hacía cargo de la demanda de los hoteles de lujo y los turistas norteamericanos.
Marina regenteaba una espléndida casa de tres plantas, cerca de Crespo y Amistad, con cuartos especiales, camas redondas, removedores y antiguos artefactos. Estaba además: “El templo de Marina”, al lado del Hotel Sevilla Biltmore; y el “Castillito de Marina”, en Malecón y Hospital, muy bien acondicionado, con cuarenta cinturas permanentes, y trescientas más en fotos privadas, que fue toda una novedad en La Habana de su tiempo, y que en media hora estaban enfrascadas en su oficio; y la instalación que Marina regía en una edificación de la calle San José. Otro famoso burdel, también a su cargo, estaba en el crucero de Ferrocarril y Boyeros.
Sin lugar a dudas la prostitución era uno de los negocios más lucrativos en La Habana, especialmente para los jefes de policía y sus subordinados, ya que estos cobraban en metálico y en «especie».
Diversas figuras políticas de alto rango eran habituales en estos servicios y hasta presidentes o dictadores extranjeros degustaban la mercancía, entre ellos, el futuro presidente estadounidense John F. Kennedy o el venezolano Marcos Pérez Jiménez, por mencionar los más notorios. Mafiosos, grandes propietarios, empresarios, turistas norteamericanos, hijos de papá… completaron el cuadro de clientes.
Triunfó la Revolución; y cambiaron los patrones sociales y el barrio entró en un declive indetenible, hasta que lo cerraron de verdad. Marina entonces encargo a su marido, mucho más joven que ella, que sacara de la casa la corona y la espada de oro de la imagen de Santa Bárbara que tenía en su prostíbulo principal, el de la calle Colón,, y otros objetos de valor, Salió de Cuba y se le perdió el rastro…