La Embajada española había reservado tres mesas, pero nadie llegó a sospechar de quien se trababa la invitada estrella. Aquel 14 de noviembre de 1999, no fue poco el revuelo que se armó en el humilde barrio de San Leopoldo, del municipio de Centro Habana, cuando la Reina Sofía, quien recién aterrizaba en la Isla, se presentó a cenar en famosa paladar La Guarida.
«El revolico que se armó fue tremendo», comentó un cubano en una crónica de la época. «Jamás imaginamos que una reina de carne y hueso viniera a esta calle un día», añadió una anciana del barrio.
Doña Sofía se encontraba de visita en Cuba como acompañante del rey Juan Carlos, en lo que se convirtió en un accidentado tour de traspiés diplomáticos entre José María Aznar y Fidel Castro, deseoso de que el monarca español visitara La Habana en el marco de un viaje de Estado pero que finalmente tuvo que atender a los reyes fuera de la agenda oficial
Mientras don Juan Carlos cenaba con Aznar en la residencia del embajador español, donde se alojaron durante su estancia en Cuba, Ana Botella y la reina Sofía, ella haciendo gala de su naturalidad frente a la rigidez del protocolo, decidieron hacer una incursión en el barrio negro de San Leopoldo y cenar por su cuenta en una típica paladar cubana acompañadas de Ion de la Riva, entonces director del Centro Cultural de España.
Ubicada en una antigua mansión en decadencia, La Guarida se hizo famosa tras aparecer en la película Fresa y Chocolate, de Tomás Gutiérrez Alea, de 1993. Desde entonces han pasado por allí de Beyoncé a Jack Nicholson.
La Reina española, bien aconsejada, probó los platos típicos: frituritas de malanga, chicharritas de plátano y yuca, pescado a la plancha y, de postre, crema helada. A su salida, contaba El País, «un grupo de vecinas, algunas con los rulos puestos y en ropa de dormir, vitoreó a la reina Sofía y unas niñas le besaron la mano».
La visita de Doña Sofía a un paladar privada y no a un restaurante estatal, dio mucho que hablar en esas fechas. Para llegar a su destino, la Reina tuvo que atravesar no pocas calles con acumulación de escombros en sus esquinas, ver numerosos edificios apuntalados y ser testigo de basureros desbordados. Según se comentó en aquel momento, esta fue una de las razones por la que los periódicos oficiales no mencionaron dicha parte del viaje.