En la provincia Matanzas, justamente en las afueras del poblado Limonar, se encuentra abandonada una vieja casona que los pobladores conocen como las Ruinas de Chartrand.
El inmueble cuenta con más de un siglo de haber sido edificado y sirvió como morada al célebre paisajista del siglo XIX, Esteban Chartrand – Dobois.
Luego de haberlo perdido todo durante la Revolución Haitiana, los padres de Esteban encontraron en Matanzas la tierra prometida. En la fértil llanura se hicieron con el cafetal El Laberinto, pero como se encontraba en ruinas, fomentaron el ingenio Ariadne.
En el convergían cuatro grandes guardarrayas: una de majestuosas palmas reales; otra de naranjos dulces, que terminaba en el cementerio del pueblo de Limonar; una tercera de naranjos agrios y una última de árboles de mango.
El Ariadne se encontraba ubicado a tan solo 500 metros del pueblo de Limonar. Aún hoy día subsisten las ruinas de sus edificaciones, atravesadas por la Carretera Central en su paso desde La Habana hacia las provincias orientales
Un poco más allá del ingenio se encontraba la casa de los amos: las actuales Ruinas de Chartrand. De la gran casona de mampostería construida en medio de extensos jardines con 21 cuartos, hoy solo quedan algunas paredes de elevado puntal donde retumba el eco de ese nombre que un día las inmortalizara.
Tanta belleza se podía apreciar en las inmediaciones de la propiedad familiar que seguramente este fue uno de los puntos que impulsó a Esteban y a sus hermanos a dedicarse a la pintura.
El mejor de todos sin dudas fue Estaban, quien a lo largo de su vida recibió no pocos reconocimientos por su obra y tan grande llegó a ser su fama que hasta las familias más acaudaladas llegaron a disputarse sus cuadros.
En la actualidad sus lienzos Un ingenio en Bolondrón, Salto del Hanabanilla, Paisaje con riachuelo, entre otros, forman parte de la colección del Museo Nacional de Cuba. A su vez, algunas más se encuentran en manos de instituciones extranjeras y coleccionistas privados.
La morada de los Chartrand tuvo el honor de recibir a numerosas personalidades de la época, quienes acudían allí en busca de descanso y sosiego.
Algunas de las más notables figuras que la honraron con su presencia fueron el vicepresidente de los Estados Unidos, William Rufus King, quien trató de recuperar su quebrantada salud en la hacienda, el célebre naturalista norteamericano, Juan Jacobo Audubón; el doctor Robert W. Gibbes, de Carolina del Sur, Richard Henry Dana, escritor y viajero, así como el gran duque ruso Alejo Alejandrovich, tercer hijo de Nicolás I, Zar de todas las Rusias y la emperatriz Alejandra.