Cuando un cubano dice “!Murió como Cafunga!” lo hace para referirse a la muerte fulminante y casi siempre aparatosa de algún personaje. Pero, ¿quién fue Cafunga?, ¿existió en realidad o es sólo el producto de la fértil imaginación de los cubanos?
Según el sabio cubano Fernando Ortiz, Cafunga fue un negro desmochador de palmas que sufrió un fatal accidente mientras realizaba su peligroso trabajo en la finca El Espino, en Alicante, Sancti Spíritus. Su caída debió ser tan espectacular que impresionó a los lugareños hasta el punto de popularizar el dicho “!Murió como Cafunga!”.
Esta no es la única leyenda que existe sobre el surgimiento de esta frase. Los santiagueros, por ejemplo, tienen la suya propia que data de hace unos 200 años y nada tiene que ver con aquel desmochador, sino con un viejo casquivano.
Este último, quien también era moreno y trabajaba en 1823 como mandadero de una pulpería, tenía fama de ser muy guapetón, Don Juan y con cualidades para el canto, habilidades que se encargaba de presumir a la más mínima ocasión.
Resulta ser, que Cafunga se enamoró de una jovencita de apenas 16 años que trabajaba en la residencia de Don Francisco Mancebo, uno de los hombres más pudientes de toda la oriental provincia. La muchacha no le hizo el menor de los casos, pero Cafunga se fue encarnando cada vez más en ella y más se emperró cuando supo que su amada se veía con otro.
Al viejo Cafunga se le subió lo de guapo que llevaba por dentro y comenzó a decir que donde quiera que viera a Ramón (como se llamaba el novio de la muchacha) le iba a dar uno solo que le partiría la crisma. Para mala suerte de Cafunga, sus palabras llegaron a oídos de Ramón, quien era un negrón que le doblaba la estatura y que tenía la mitad de sus años.
Ramón decidió poner un alto a todo aquello y se dio a la tarea de buscar a Cafunga, a quien se encontró en la Plaza Mayor mientras alardeaba de como destriparía al atrevido que le había robado su amor.
En ese momento, Cafunga vio la enorme figura de Ramón que iba a su encuentro y se puso blanco del susto antes de salir corriendo. Su rival comenzó a perseguirlo con un palo en la mano y no muy buenas intenciones, al tiempo que los presentes se morían de la risa al ver como habían quedado tantos alardes por parte de Cafunga.
Ramón no llegó a tocarle ni un pelo, ya que el viejo cayó muerto justo cuando pasaba a toda velocidad por el frente a la Iglesia de Dolores. Un infarto en plena carrera lo había hecho estirar la pata.
De esta forma murió Cafunga, al menos en la versión de los santiagueros, quienes aseguran que no hubo ningún acto de valor al subirse a ninguna palma, sino todo lo contrario.