La vida de Fulgencio Batista estuvo muy relacionada con los teléfonos. Corría el año 1933, cuando no era más que un simple sargento taquígrafo del Ejército en Cuba, se involucró en una conspiración denominada Unión Militar Revolucionaria, que dio lugar a la llamada Junta de Defensa o Junta de los Ocho (el total de sargentos y soldados que propiciaron el golpe del 4 de septiembre de 1933).
Gracias a su dominio de este aparato, Batista logró tomar casi él solo la jefatura de Columbia, considerada entonces la principal fortaleza militar de Cuba, ocupando el despacho del jefe. Desde allí, con el auricular en mano, comenzó a ponerse en contacto con cada una del resto de las unidades militares en todo el país, llamandolos a que secundaran el golpe.
De esta forma, el liderazgo de Batista fue cuesta arriba, llegando a ser nombrado como jefe de las Fuerzas Armadas cubanas y convirtiéndose en la principal figura política de Cuba de 1933 a 1944 y de 1952 a 1958.
El teléfono volvió a jugar un rol protagónico para Batista el 10 de marzo de 1952 para hacerse con el poder absoluto. A pesar de ser tan solo una figura más en el golpe de Estado, comenzó a movilizar a sus aliados civiles y políticos telefónicamente y cuando estos llegaron a Columbia, abandonó ese rol secundario y comenzó a hablarles a los soldados, al pueblo y a impartir órdenes. Era la segunda vez que se robaba una operación de este tipo.
Sin embargo, quizás la escena más desconocida por muchos cubanos, o al menos olvidada por el tiempo, sea la que se recrea en la segunda parte del filme ‘El Padrino’, cuando Batista se reúne en La Habana con importantes empresarios norteamericanos. En este encuentro, el representante de la International Telephone and Telegraph Company (ITT Corporation) le hizo en particular y costoso regalito, cuando le entregó un teléfono de oro macizo una «expresión de agradecimiento» por un aumento excesivo que como presidente de Cuba concedió a la tarifa telefónica a instancias del gobierno estadounidense.
Se cuenta, que mucho antes de que Fidel Castro se convirtiera en una amenaza real para Fulgencio Batista, levantó el interés del entonces presidente por su aparición en la escena política del país. Entonces, Batista concertó un encuentro personal con Fidel, por mediación del cuñado de este, que era partidiario activo de Batista. Fue llevado a Kuquine, la lujosa finca que el presidente tenia en las afueras de La Habana, y donde estaba su despacho privado.
Allí, estaba colgado un gran cuadro en el que se veía a Batista en sus tiempos de sargento. Pero había otros objetos más valiosos, como un busto gigante de Abraham Lincoln, otro de José Martí, un telescopio que utilizó el mismísimo Napoleón en Santa Elena y el famoso teléfono de oro macizo.
Una copia mal hecha, con una capa de pintura dorada y descascarada, se encuentra actualmente en el Museo de la Revolución, antiguo Palacio Presidencial, donde estaba el despacho oficial de Batista, el cual, a pesar de tratarse de un claro fraude, es mostrado a los visitantes como la pieza original… de la cual su destino continua siendo un verdadero misterio.