La olvidada historia de un pueblo cubano donde se regó la bola de que cambiaban motos por carneros

Redacción

La olvidada historia de un pueblo cubano donde se regó la bola de que cambiaban motos por carneros

La berjovinas estuvieron muy de moda en Cuba en los años 80. A pesar que su motor no era la gran cosa y que al pasar hacían un ruido casi espantoso, su precio era relativamente barato en comparación con las MZ y las Urales. De su consumo de combustible no se hablaba mucho en aquel entonces, ya que por esas fechas no eran tan caótica la situación.

Aprovechando la furia que existía en Cuba por las berjovinas, un grupo de jodedores se dio a la tarea de organizar lo que quizás fue la mayor inocentada de la historia de un pueblo de provincia, cuyo nombre es mejor ni mencionar para que nadie vaya a sentirse mal. Lo que sucedió, es más o menos como lo contamos a continuación.

Citaron a los trabajadores a la empresa agropecuaria a la que pertenecían y les informaron que el 28 de diciembre se le entregarían a los obreros más destacados un lote de berjovinas que había la dirección. Para poder optar por las mismas, debían ser mayores de edad, entregar un currículum con todos sus méritos, un aval de la empresa o cooperativa a la que pertenecían y presentarse en el cine del pueblo con un carnero que les cambiarían por la moto.

Para aumentar aún más la asistencia, los jodedores hicieron rodar la bola que a los que no alcanzaran motos les entregarían bicicletas.

Como hasta el propio jefe de la empresa se encontraba presente cuando se enumeraron los requisitos, nadie llegó a sospechar nada, y al siguiente día un montón de campesinos se plantaron en el cine del pueblo con los papeles exigidos y el respectivo carnero para optar por la berjovinas que, algunos decían eran una decena y otros que un centenar.

El administrador del cine no la tuvo nada fácil para intentar convencer a la multitud que dejaran los carneros fuera; pero finalmente, carneros y trabajadores, todos se acomodaron dentro del local.

Una vez todo listo para anunciar los ganadores, el jefe de la empresa se colocó frente al micrófono para comunicar que en la pantalla aparecerían los nombres los nombres de los ganadores. Sus ayudantes descorrieron las cortinas y apareció un enorme cartel con una sola palabra: “INOCENTES”.

Algunos tomaron de muy buen grado la broma y se echaron a reír; pero otros tantos a los que no le había hecho la menor gracia, se abalanzaron sobre los organizadores para caerles a trompones limpios mientras mandaban “recuerdos” a todas sus ascendientes femeninas de hasta tres o cuatro generaciones atrás.

Sólo en la noche se calmó el ambiente y los organizadores de la inocentada se atrevieron a aparecer. Para suavizar los ánimos el director de la empresa mandó a sacrificar unos cuantos puercos y dio un fiestón como no se recuerda otro en el pueblo. Aún así, muchos trabajadores pasaron años sin volver a dirigirle la palabra.