Junto al enorme conjunto monumental dedicado al Che Guevara en la central ciudad de Santa Clara se encuentra El Hueco, un precario asentamiento, donde sus habitantes arrastran la más precaria de las existencias.
El Hueco se puede considerar un “pueblo fantasma”. Legalmente no existe y ni siquiera los mapas cubanos lo contemplan. Allí no hay calles, apenas un trillo de tierra fangosa sirve de límite entre choza y choza. Como no existen direcciones ni números, los carteros no pueden entregar correspondencia y como “legalmente” no existe, Comunales no recoge la basura ni poda los árboles que se enredan entre las tendederas eléctricas y cortan el servicio por varios días en el mísero pueblo.
La empresa eléctrica no puede ir a un lugar que no existe -legalmente-. Y como no existen -legalmente-, las personas del barrio sin nombre tampoco pueden levantar casas o hacerlas de mamposterías.
A pesar de encontrarse a pocos metros de la Plaza Che Guevara, los vecinos de El Hueco tienen prohibido merodear por allí. La policía considera que molestan a los turistas y constituyen un foco delictivo; así que, en cuanto los ven los detienen y los llevan para las estaciones de policía de Santa Clara.
Su “desgracia” comenzó en 1987 cuando se construyó la Plaza Che Guevara y el Gobierno de la provincia de Villa Clara declaró toda el área aledaña como “zona vedada”. De esa forma sólo se consideran viviendas legales las tres que fueron construidas antes de esa fecha; lo que convierte en ilegales a la inmensa mayoría de las 300 personas que residen en El Hueco.
Como El Hueco es “ilegal” el último censo de población y vivienda ni siquiera los tomó en cuenta y no los sumó a las 210 220 personas que viven en Santa Clara.
Una de las tres casas de mampostería que existe en El Hueco es la de Carlos. Él es uno de los pocos “legales” que allí vive y por eso pudo edificar una vivienda confortable. El resto de sus vecinos vive en chabolas de madera y cartón que se hunden en el fango cuando son intensas las precipitaciones o caen derribadas ante la fuerza de los vientos huracanados.
Cuando esto sucede Carlos abre sus puertas y deja que sus vecinos se refugien en su casa hasta que pase todo y puedan salir a reconstruir las suyas.
Entre los vecinos de El Hueco hay varios “casos sociales”. El Estado les manda un trabajador social para que los atienda; pero este poco puede hacer para que el gobierno provincial los atienda mejor. Apenas los funcionarios escuchan que se trata de “ilegales” y para colmo de “El Hueco”, un asentamiento del que el Gobierno provincial desea deshacerse desde hace mucho se les cierran todas las puertas.
Los vecinos culpan a la Plaza Che Guevara de su desgracia. Están convencidos de que si no estuvieran a su sombra el Gobierno no los tratara tan mal ni se empeñara tanto en derribar sus casas.
La inmensa mayoría ya no cree en las promesas de las autoridades y ni siquiera asiste a las reuniones que se convocan para explicar lo que pueden y no pueden hacer por su cercanía al mausoleo del Che.