Con más de 100 años de edad, Jacinto es un verdadero patriarca de lo marginal. Posiblemente sea el último cubano con vida entre los que fundaron personalmente un barrio en la República. Al menos, así está recogido en los papeles de la Dirección de Planificación Física del municipio villaclareño de Placetas que identifica al lugar donde vive como “Callejón de Jacinto”, aunque ahora todos lo llamen con un nombre muy distinto: El Patíbulo.
El anciano no se corta para expresar que él “creó el barrio” y entregó las parcelas a la gente que llegaba para que construyera sus casas. Casas insalubres que convierten al Callejón de Jacinto o El Patíbulo en un asentamiento “periférico, precario e ilegal” según Planificación Física.
Jacinto fue chulo y el barrio que creó surgió como prostíbulo del pueblo. Todavía muchas de sus antiguas “empleadas” siguen viviendo allí. Por supuesto que “legalmente” ya no es así, pero el Callejón sigue dando de comer a sus habitantes, en buena medida, gracias a la putería.
Sin embargo, ya la prostitución no es asunto exclusivo de meretrices. Ahora en el Callejón de Jacinto reinan los travestis: Sara, Patricia, Shakira, Jennifer o La Mumi. Ya nadie lo llama por su viejo nombre. Ahora el Callejón de Jacinto es, simplemente, La Patera, o el patíbulo.
Llegaron de a poco y los unos trajeron a los otros. En el Callejón llegaron a formar una verdadera comunidad. Se apoyaban entre ellos y se sentían seguros. Si no han llegado más al Patíbulo desde Placetas y otros pueblos cercanos es, simplemente, porque ya no quedan casas donde meterse. Hasta las que existen, difícilmente pudieran llamarse “casas”.
Cuando pasó el huracán Irma casi todos los gays tuvieron que amontonarse en la única vivienda que parecía poder aguantar el embate del ciclón.
Una “casa” en El Patíbulo cuesta entre 20 000 y 30 000 pesos cubanos. Barato para los precios que se manejan en el centro de Placetas. De ahí que la comunidad se haya convertido, cada vez más (aunque siempre los ha sido) en un “almacén” de gente pobre y marginal. Los que no tienen ni para eso, alquilan habitaciones o espacios mínimos en casa de los gays, en los que la mayoría de las veces no cabe ni una cama.
Prostituirse en Placetas no es un gran negocio. Es un pueblo “muerto de hambre”- asegura Cintia, un travesti que ejerce el oficio más antiguo del mundo – así que las tarifas deben ser bajas. Además los gays la tienen peor. En un trabajo “no sindicalizado” no hay derechos, ni igualdad. Ningún hombre le paga a un “maricón” lo que le pagaría a una mujer por el mismo “servicio”. Los homosexuales saben que se cotizan a la baja y deben vivir con eso.
Así y todo hay noches en que no se “hace nada”. “Ni para comerse una pizza”, expresa Cintia; porque en medio de los malos tiempos cualquier travesti de El Patíbulo hace una felación por diez pesos cubanos.
Sin embargo, Cintia descubrió que había un mundo más allá de la prostitución en que se podía ganar la vida de una forma menos peligrosa y mejor remunerada. Con otros travestis de El Patíbulo aprendió a coser. Ahora cosen la ropa por encargo de un cuentapropista que distribuye pantalones “de marca” por toda la provincia. Les va mucho mejor y ganan más, aunque los precios de la ropa no dejan de bajar y por tanto sus salarios.