La tragedia de San Pedro sucedió el 7 de diciembre de 1896 sobre las tres de la tarde. A esa hora el Lugarteniente General Antonio Maceo descansaba en su hamaca del campamento mambí cuando de pronto irrumpió una fuera española. Reinó la confusión en el primer momento, pero varios jefes, entre ellos el bravo Coronel Juan Delgado, obligó al enemigo a replegarse.
Maceo se levanta sin prisa, y con unos 40 hombres va al cuartón de Bobadilla para hacerle frente a los españoles. Una cerca de alambre se interpone. Algunos hombres bajan de sus caballos para cortarla. El General Antonio se vira en su cabalgadura y comenta: “Esto va bien…” En ese instante una bala española le penetra por el maxilar derecho, se lo fractura en tres pedazos, y le cercena la carótida, arteria principal que lleva la sangre del corazón al cerebro. Maceo se desploma del caballo, cae a tierra y muere al instante.
Era la herida número 26 en su cuerpo atlético de 51 años.
Aquella fue apenas una escaramuza, y aquel hombre que siempre combatió al frente de los suyos en centenares de combates y batallas formidables, caía fulminado ese 7 de diciembre.
Un grupo de 19 combatientes, entre ellos 11 oficiales, tratan de recuperar el cuerpo del General Antonio, pero no lo logran, porque su cuerpo está bajo los disparos enemigos. Los españoles mantienen fuego cerrado sobre aquel lugar. Llega al galope el coronel Juan Delgado que grita airado: “¡Es una vergüenza que el enemigo se lleve el cadáver del General! ¡El que sea cubano, el que sea patriota, el que tenga c…, que me siga!, y sale desprendido hacia el rescate de su gran jefe.
Al conjuro de la arenga resultan una veintena de leones. Al aproximarse encuentran dos cadáveres. Está también “Panchito” Gómez Toro, el hijo del Generalísimo Máximo Gómez, ayudante de Maceo, que al saber de su muerte acudió a morir a su lado. Llegó corriendo, a pie, porque convalecía en el campamento de una herida, cuatro días antes, y no tenía su caballo. Al hallarlo exánime su cabeza descansaba sobre el brazo izquierdo del Titán de Bronce. 0bras del arte pictórico se han inspirado en esta escena.
Fue un rescate heroico, lo más arduo de aquel combate pequeño. Llevaron los cuerpos inertes a la finca Lombillo donde los velaron pocas horas. Después colocaron los cuerpos, cada uno sobre un caballo y emprendieron aquella triste marcha silenciosa…
La muerte de Maceo aturdió a todos y las versiones sobre el hecho, y desaparición de su cadáver, fueron diversas y confusas. Lo cierto y comprobado es que el Coronel Juan Delgado entregó los dos cadáveres a humildes campesinos de Santiago de Las Vegas, para que les dieran sepultura en secreto en lugar oculto. Fue un Pacto de Silencio, solo roto al final de la Guerra de Independencia.
Nueve días después, el Generalísimo se entera de la terrible noticia. El viejo General de acero llora desconsoladamente, en un momento comenta: “Si me hubieran traído la noticia de la muerte solamente de mi hijo Panchito, estaría más tranquilo, Manana, (como le decía a su esposa y madre de Panchito), irá preparando otros Gómez, para que vayan cayendo…, ¡pero Antonio!…”.
En Costa Rica, semanas después, llora María Cabrales, la esposa de Antonio, ante la carta de Gómez: “Pierde usted al dulce compañero de su vida; pierdo yo al más ilustre y más bravo de mis amigos, y pierde el Ejército Libertador la figura más excelsa…!”
Al final de la guerra, fueron exhumados los restos, de Antonio y de Panchito, en presencia del Generalísimo Máximo Gómez, el padre de este último; de Bernarda Toro, la madre, y de Clemencia, la hermana. El héroe del rescate, el coronel Juan Delgado, no pudo estar presente, había caído en combate, a sus 30 años de edad, junto a sus hermanos Donato y Ramón, poco antes del fin de la contienda.