La utopía del cubano no radica en alcanzar una vida próspera, ser famosos y millonarios, tener un yate y una piscina llena de diamantes, porque solo degustar de un simple bistec de res con papas fritas constituye un lujo de una vez en la vida. La realidad del pueblo de Cuba ha llegado a ser tan decadente (con sus altos y sus bajos en los últimos 60 años) que algo simple y accesible constituye una opulencia casi imposible de disfrutar.
La única esperanza que queda para, algún día, llegar a materializar nuestra utopía es la recién aprobada autorización de que los ganaderos privados puedan vender sus excedentes de productos de vaca, pero la profunda crisis económica nacional de la actualidad obstaculiza grandemente que este plan llegue a favorecer verdaderamente a la población, puesto que la grave escasez de insumos agrícolas y alimentos para las reses pone en duda si algún ganadero pueda lograr siquiera producir excedentes.
Por supuesto, nunca se llegará a contar con el mismo volumen de ganado vacuno que se disfrutaba en 1958 en la isla, antes del triunfo revolucionario, cuando se ostentaba una vaca por cada habitante.
Luego de más de 60 años sin que la gran mayoría de los cubanos haya consumido más de una libra de carne de res al año, y los tiempos donde matar y vender una vaca (aunque fuera de tu propiedad) involucraba más de 20 años en prisión, llega esta ley que resulta algo esperanzadora para la población.
La confianza en los planes vacunos del Gobierno no es mucha debido a dos grandes precedentes. Uno fue cuando el Comandante en Jefe decidió cruzar genéticamente una especie de toro canadiense con una vaca criolla (que aunque era eficiente, ya quedaban pocas). En vez de potenciar el rendimiento de las vacas con las que ya contaba Cuba, crearon una especie de vaca enfermiza, poco resistente y poco productiva.
En algún punto, el Gobierno decidió que era obligatorio contar cada un tiempo determinado las vacas de los guajiros, para tener una idea de cuántas iban quedando. Para ello, se ordenó que cada res debía tener una especie de arete en una de las orejas, que funcionó como una especie de carnet de identidad que no podía ser cambiado.
La laguna era que si no había arete, no existía el ternero, por lo que muchos guajiros escondían algunos de los recién nacidos de sus vacas para que los inspectores no le engancharan el arete, y así podían hacer con su carne, piel, etc., lo que quisieran sin tener la amenaza de ocho años de prisión encima de sus cabezas.
La iniciativa de los aretes tampoco logró toda la eficacia que creían,debido a muchos trucos que los guajiros iban tirando, además de que la cantidad de ladrones de vacas comenzó una escalada exponencial en la misma medida en que en las ciudades se perdía más la ilusión por la carne.
Por el momento, los campesinos no se atreven a celebrar antes de tiempo con el tema de la venta de carne por cuenta propia. Temen que le viren la jugada y se queden en las mismas o peor. Estos marcan el comienzo de una nueva era, pero una que continúa, como tanto anuncia, la era pasada, así que nos podemos esperar cualquier cosa.