El negrito de hierro, la estatua en Cuba que dejó tras sí una ola muertes y enfermedades

Redacción

El negrito de hierro, la estatua en Cuba que dejó tras sí una ola muertes y enfermedades

La leyenda de la estatua del Negrito de Hierro sería una historia maravillosa para ser contada en Cuba, sino fuera por la estela maldita que la acompaña de muertes, enfermedades y destrucción en cuanto central azucarero de la provincia de Cienfuegos donde fuese colocada…

La tranquilidad de su rostro, la sonrisa perenne, y su niñez (unos 10 años), detenida en la fragua donde fundieron su cuerpo, no fueron nunca capaces de revelar la estela de tragedias que dicen que protagonizó la que quizás sea la estatua más temible de Cuba.

Corría el año 1862, en pleno auge de la caña de azúcar, cuando José Ferrer, dueño del ingenio Dos hermanos, en el municipio cienfueguero de Rodas, mandó a instalar en la entrada de su casona una estatua que había sido traída desde Nueva York.  Se trataba de la estatua de un niño esclavo de unos 10 años y una gran sonrisa. Meses después la próspera industria quebró y la mayoría de sus áreas fueron demolidas.

De allí, el propio Ferrer, quien a su vez era dueño del ingenio San Lino, lo ubicó a la entrada de la casa vivienda, hasta 1925 que sobrevino el colapso económico y solo quedó en pie la torre, los tanques de agua, la casona y por supuesto…el negrito de hierro.

Seguidamente la estatua fue a parar a Parque Alto, uno de los colosos más importantes del municipio rondense. En ese lugar lo sorprende el triunfo revolucionario del Primero de Enero, la nacionalización de la rama azucarera, la ley de Reforma Agraria, la igualdad entre negros y blancos.

El ingenio, con tantas bajas y altas, una maquinaria industrial atrasada que la volvía incosteable, debía ser demolido para en su lugar, construir uno nuevo, tal fue la decisión adoptada por Ernesto Che Guevara , entonces Ministro de Industria.

Con todo y los argumentos que se dieron en aquel entonces, los pobladores aseguraban que era demasiada casualidad que en tres ocasiones se hubiesen demolido los ingenios en los que estaba la estatua del negrito de hierro.

Cuentan que en la efervescencia del triunfo, la escultura tuvo resguardo en la casa de cultura, pero sin tiempo para más el techo se desplomó. No obstante el amuleto de la desgracia no quedó desamparado, fue a parar a manos de Guillermina Cáceres una rodense caritativa quien lo acogió hasta que empezó a sentirse muy enferma.

Alguien aconsejó a la señora desprenderse de la figura de hierro pues solo traía fracasos y quiebras, por lo cual ella lo entregó a un abogado cuyo abuelo llegó a administrar la hacienda de San Lino.

Como ya eran muchas las personas que ponían ofrendas al pequeño, su propietario, un abogado nombrado Francisco Morales, accedió a donarlo al Museo Municipal, donde aún está desde hace unos 20 años, en los cuales, a pesar de los tantos intentos, todos los planes de reconstruir la instalación se han venido al suelo.

Con sus pantalones doblados hasta media rodillas y una expresión servicial, el esclavo chico representa una de las piezas museables más valiosas del local, que sintetizó el aire de rebeldía de todos sus antepasados quienes sufrieron en carne propia el látigo del mayoral y la ignominia de la esclavitud.