Hasta 1959 en Cuba la victrola era un instrumento indispensable en los bares, cafés, bodegas e incluso, prostíbulos. Según el musicólogo Cristóbal Díaz Ayala era “el medio más efectivo para lograr que la música grabada reflejase realmente las preferencias del público que decidía lo que quería oír, y votaba con su dinero por sus preferidos”. Era, asimismo, el cliente más importante de la industria disquera, la misma que, ya para la fecha estaba totalmente en manos cubanas y que reportaba a través de las victrolas, cerca de tres millones de discos de producción nacional.
Hubo muchos cantantes que debieron su éxito a dicho artefacto, entre los que se pueden mencionar están: Orlando Contreras, Ñico Membiela, José Tejedor y Blanca Rosa Gil, así, existía una música vitrolera para todos los gustos, pero la mayoría tocaban las canciones que hablaban de traiciones e infidelidades, crímenes pasionales, siendo la mujer, la protagonista de ellas como la reencarnación de la mitológica «femme fatale» y alrededor de la que se ha creado todo un imaginario posterior.
La musicóloga Adriana Orejuela en su libro «El son no se fue de Cuba» afirma lo siguiente sobre la importancia de dicho artefacto en el país: “Sin entrar en consideraciones de orden estético sobre la calidad del producto comercial ofrecido, lo cierto es que la victrola constituyó un símbolo de cultura popular y una de sus más significativas vías de expresión. Para tener una idea de su relevancia, basta decir que dichos artefactos obraron como decisivos voceros de la música popular, manifestación que posee un peso gigantesco dentro del espectro cultural cubano”.
De las primeras victrolas que se introducen en la isla, fue la marca «Víctor» la que las popularizó y extendió por los diversos establecimientos comerciales como principal difusora de la música popular. Ya en 1954 había unas 10 000 victrolas en la Cuba, y en 1959 el doble de esa cifra, aunque sus operadores declaraban solo 8 000 a fin de burlar los derechos de compositores e intérpretes.
El día 8 de enero de 1959, las nuevas autoridades de la isla tomaron la determinación de clausurar los casinos, medida que no era tomada a la ligera porque alrededor de 10 000 familias vivían de la infraestructura del juego. Hubo protestas por parte de los empleados del sector; el Comandante Fidel Castro se mantuvo receptivo a la demanda, y comprendió que clausurar los casinos era añadir un problema a la aguda situación del desempleo que a enfrentaba el país. El 19 de febrero reabrían sus puertas, con innumerables regulaciones, los casinos de lujo; continuarían atrayendo a visitantes extranjeros y cubanos adinerados y no afectarían la economía popular, pero se prohibía el bingo, las traganíqueles, las llamadas ladronas de un solo brazo, los garitos de chinos y los tugurios de barrio.
Fue entonces cuando salieron a la luz los estrechos vínculos entre las traganíqueles y las victrolas, controladas por lo general por los mismos personajes y con muchas anomalías en su operación. Se decidió prohibirlas en bodegas y establecimientos abiertos, dicha acción desató nuevas protestas. La desaparición de las victrolas decretaba la bancarrota de las disqueras nacionales que daban sustento a unas 50 000 familias. Fue tal el revuelo que, en un artículo publicado en la revista «Bohemia» se apelaba directamente al Ministro de Gobernación Interior del Gobierno Revolucionario; y decía en su titular: “Devuélvenos la alegría popular de las victrolas”, pero el Sindicato de Músicos era de una opinión opuesta. Se quería música en vivo en los establecimientos y aquellas máquinas cerraban a sus intérpretes una fuente de empleo.
El 20 de febrero se empiezan a otorgar nuevos permisos para la operación de las victrolas ya que no podían quedar situadas cerca de hospitales, templos religiosos, juzgados y escuelas. Por tanto, de algunos lugares desaparecieron para siempre, pero no lo hizo la alegría de la calle, las noches habaneras, los cabarets que, luego de haber permanecido casi vacíos durante los últimos cuatro meses de 1958, volvieron a abarrotarse.
Aun hoy existen victrolas modernas en algunos centros de recreo, las antiguas ya han quedado para la atracción de los visitantes. Algunas de ellas, casi milagrosamente, todavía funcionan, pero la mayoría son piezas de museo.