En cada Semana Santa, desde comenzada la tradición en el siglo XVIII, la procesión del Santo Sepulcro en la ciudad de Camagüey se celebra para conmemorar la leyenda de la “Ciudad de las Iglesias” y para acaparar toda la atención y la majestuosidad de las celebraciones tradicionales de la fecha en todo el país.
El apelativo conferido a esta antigua urbe se debe a la gran cantidad de templos católicos que se hallan distribuidos por sus caminos.
El ilustre Don Manuel Agüero y Ortega fue el que encargó la creación del Santo Sepulcro al orfebre mexicano Don Juan Benítez. Esta obra se fundió con 25.000 monedas de plata gracias al mito que acompaña su fundación.
Este tesoro es único en el país, la mayor joya de plata pura, exhibida en la Iglesia de Nuestra Señora de la Merced, en esa villa.
Esta reliquia se toma como una de las más valiosas piezas de la América colonial hispana, adornada con un sinfín de campanillas, también de plata.
Se dice que las campanas tenían propiedades curativas, pues producían una melodía tan angelical cuando la pieza se llevaba en procesión, a un paso con mucha cadencia y ondulación y acompañado por toda una banda a tono, que las personas se convencieron de que estas podían tratar y sanar padecimientos con solo tocar al enfermo. Muchos se apropiaban de las campanas que se desprendían durante la ceremonia y otros las arrancaban para guardarlas. Las familias camagüeyanas de buena posición económica solían donar plata para forjar nuevas cuando el déficit de campanas era notable.
El Santo Sepulcro es el eje de no pocas historias, que enredan en una mística los esfuerzos del opulento hacendado Don Manuel Agüero y Ortega.
El Dr. C. Roberto Méndez aborda algunos de los detalles que, se cuenta, causaron la fabricación del Santo Sepulcro y otras piezas, en su libro Leyendas y tradiciones del Camagüey.
Se resumen en la leyenda que refiere a que el hijo mayor de Don Manuel, homónimo, creció al lado de un joven a quien una viuda favorecía, cuyo apellido era Moya, pero una mujer provocó sentimientos románticos en ambos, lo que condujo a celos mutuos.
Moya perdió el conflicto por el amor de la joven, dado que no tenía fortuna ni apellido y, aunque no está claro, se cree que asesinó a José Manuel en un duelo.
Don Manuel siguió el camino del sacerdocio alrededor de 1749, luego de la terrible pérdida, y destinó parte de la herencia de su primogénito a la orden de La Merced con la idea de realizar un conjunto de obras de arte en el convento, entre las que se destaca el Santo Sepulcro, donado a la iglesia de forma oficial, teniendo en cuenta el documento que se guarda en el Archivo Provincial de Historia de Camagüey, el 9 de febrero de 1763.
Cuentan también que Don Manuel le regaló dinero y un corcel al ganador del duelo, como soborno para que se alejara de la zona y jamás volviera a cruzarse con él. El cura tomó la decisión de asumir la fe como único motivo de vivir y confió sus bienes a lograr que la leyenda perdurase. Hoy solo queda el Santo Sepulcro como recuerdo del triste episodio.
En el año 2014, estado custodiado en la Iglesia de la Merced, el Santo Sepulcro fue completamente saqueado y sustraído casi todo su enchapado en plata. Por esto motivo el Santo Sepulcro, como medida de protección, fue trasladado desde su lugar en los altares laterales de la Iglesia de la Merced, a un lugar seguro bajo llave.
El despojo de gran parte del enchapado de plata del Santo Sepulcro no ha sido el único hecho de este tipo ocurrido recientemente en el templo de La Merced, pues entre otras fechorías ha desparecido un fresco antiguo relacionado con la historia de la Orden Mercedaria que atesoraba el emblemático recinto religioso de la ciudad de las Iglesias.