En mi último año de preuniversitario, me llamaron el día que estábamos celebrando la Jornada del Educador. La festividad era general: los profesores recibían regalos y no nos tenían que ver de nuevo hasta enero; el sentimiento era recíproco. Por aquel entonces, contaban con mi apoyo para la organización de actividades, y era parte del grupúsculo de estudiantes que emitían una señal semanal de contenido hecho por y para los alumnos en forma de Radio Base.
Y tal fue mi sorpresa al ver que el motivador del llamamiento era un maestro de la escuela, acompañado del mismísimo Patricio Wood, actor de cine, teatro y televisión cubano, instructor también en el Instituto Superior de Arte y del que resulto ser gran admiradora. Me comentan que precisa de un coro juvenil para el cierre de su última producción, un documental en homenaje a su padre, Salvador, legendario actor y cojimero empedernido. ¡Qué más que grabar el coro en el preuniversitario de Cojímar, adonde asiste uno de los hijos del propio Patricio! Se reunió una multitud de muchachas y muchachos en el auditorio, y se hizo una conga que se elevó más y más, y que se escuchó a lo largo de los créditos de la pieza audiovisual.
Y es que Patricio siempre ha estado muy interesado en la realización, aunque ha perseguido conocimientos sobre la misma de forma autodidacta. Ahora, en su nueva faceta de realizador de videos musicales, comenta un poco sobre su vida, trayectoria y futuro.
Sobre su incursión en el mundo audiovisual desde detrás de la cámara, dice: “Mi hermana tenía una camarita de cine silente de 8 milímetros de la cual me adueñé y conformé películas con el grupo de amigos de mi natal Cojímar». En el momento, tenía alrededor de 12 años. “Ese fue mi primer amor».
“Un actor veterano y fallecido, Alejandro Lugo, – continúa al respecto de las herramientas que a tan temprana edad le permitieron perseguir dicho interés – me regaló muchos libros de cine y fue de allí donde me nutrí, de aquellos cineastas rusos que aparecían en los textos. Años más tarde, con mi primer salario, me hice de una cámara fotográfica».
También expresa que le gusta retratar a los niños, por su sinceridad, y paisajes, pero que sale a que la vida le proponga ideas por su carencia de estudios en la materia.
En el barrio es un honor mencionar que Patricio Wood vive por aquellos lares, y llegó a mis oídos no hace mucho que, en familia, lo llaman “nenúfar”. Explica que se lo puso su mamá, ya que pasaba horas en el mar, sin probar bocado y ella lo esperaba a la orilla con cinto en mano. Nació frente al mar y lo considera un regalo sagrado del planeta; que guarda una relación espiritual con el hombre, pues emite una brisa cargada de yodo que causa un efecto sedante en el sistema nervioso.
También asegura, a pesar de la opinión de mucho sobre lo letrado y elocuente que resulta al hablar, que es muy lacónico para la redacción, aunque mantiene un anecdotario desde 1980, de nombre “La Esponja”, con sus impresiones de su puño y letra, gracias a que Octavio Cortázar le recomendó, en una ocasión, la escritura para la organización del pensamiento.
No le gustan los dobles ni para doblar la esquina, a lo que le debe un pulmón roto, producto de la filmación de Algo más que soñar, donde se lanzó desde el segundo trampolín de la piscina del Hotel Riviera. Contaba con 21 años.
Sus perros, la pelota, la percusión, la fotografía y sus hijos: distracciones que lo llenan de regocijo y para quien dedica sus ratos libres. A sus padres, ambos fallecidos pero consagrados profesionales de la escena que vieron a su hijo y discípulo exitoso en sus facetas de padre, actor y director, y muchísimas otras, los admiraba profundamente.
“Desde niño disfrutaba verlos trabajar, nunca he visto nada que me desagrade de ellos”, asevera al respecto. Y sobre “La Esponja”, una anotación que impactó mi profundo interés por el arte escénica, a la vez que mi arista de actriz amateur, fue: “Los escénicos se dividen en dos: los que trabajan para llenar el plato y otros para llenar el plató».