Nacido en Trinidad, su nombre era Filomeno Vicunía, alías “Caniquí”, y era un “negrón” fuerte y ágil que comenzó a robar ganado para luego venderlo en Sancti Spíritus, donde no lo conocían.
Con el paso del tiempo fue volviéndose cada vez más arriesgado y comenzó a asaltar a los comerciantes en los caminos poco transitados. Como su zona de operaciones eran los caminos que se utilizaban para transportar el café que se vendía en Trinidad, varías veces se organizaron partidas de voluntarios para capturarlo y poner fin a su bandidaje. No obstante, a Caniquí no había manera de agarrarlo y siempre se las ingeniaba para escapar.
Solían esconderse en la playa de María Aguilar, muy cercano a Casilda. Allí tenía un bohío en el que se ocultaba de día y de noche salía a hacer de las suyas. Los pescadores de la zona, que ya lo conocía y se llevaban bien con él, le avisaban cuando se acercaban las autoridades y entonces Caniquí se escondía en una cueva cercana.
Los residentes de Trinidad le temían y dormían con la preocupación que Caniquí entrara a robarles, ya que además de ser corpulento y diestro para la lucha, era un muy buen tirador con su arcabuz.
En 1833 se organiza una partida de vecinos al mando de D. José Hernández Viciedo, valiente y conocido en el área de Santa Clara, para poner fin de una vez y por todas a las andadas de Caniquí, al punto de sorprenderlo en una ocasión y herirlo de un trabucazo, pero tampoco lo pudieron apresar.
Como las quejas sobre la falta de seguridad en el pueblo eran cosa del día a día, nuevamente se organizó una partida para apresarlo, esta vez con 60 hombres bajo el mando del capitán D. Domingo Armona.
El propio alcalde del pueblo se encargó de regar la voz por todo el pueblo que acabaría con una vez y por todas con el reinado del terror de Caniquí, pero este se le coló una noche en su casa y lo amenazó con mandarlo a mejor vida si no dejaba de perseguirlo.
Armona, un tipo listo y experimentado, hizo circular el rumor que se iba para La Habana porque le había cogido miedo a Caniquí. Sin embargo, aquello estaba muy lejos de ser cierto, ya que haciéndose acompañar de 8 de sus más valientes hombres regresó a Casilda y se valió del soplo de un conocido del bandido para dar con el paradero de este.
El 19 de abril de 1834, Armona y sus hombres con la ayuda del negro “Azote” que así se llamaba el chivato, enfilaron sus pasos al bohío de Caniquí y sorprendieron a este mientras pescaba en las cercanías. Al ver a Armona y a sus hombres, Caniquí intentó escapar y se lanzó al mar, pero dos botes lo persiguieron y dos tiros en la cabeza pusieron punto final a sus andadas.
El cadáver de Caniquí fue expuesto en una carreta en la Plaza de Paula a modo de dejar claro lo que le sucedería a quien osara seguir sus pasos. Las campanas de la Iglesia, como con cada cosa grande que sucedía allí, repicaron en son de felicidad para la ciudad, ahora libre de Caniquí.