Por las calles de La Habana han zapateado no pocas locas a lo largo de su historia. Sin embargo, se dice que ninguna tan memorable como aquella a la que llamaban “La China”, a quien no hay habanero con más de 40 años que no la recuerde con al menos una sonrisa en su rostro.
Para algunos, su sola mención nos hace casi verla con sus labios rojos y su sonrisa de oreja a oreja, la cara embadurnada de colorete hasta el moño, un pañuelo que más chichón no podía ser en su cabeza, su inseparable cartera e ingeniándoselas para divertir a cuenta persona se le acercara.
Corrían los últimos años de la década del 70, y el inicio de los 80, cuando la China caía de sopetón en las colas de la heladería Coppelia o en la de cualquier parada de guaguas. Su sola presencia bastaba para captar todas las atenciones.
Tristemente, su enorme arsenal de dicharachos agudos y picarones, constituye otro de los tesoros perdidos de la cultura popular cubana. Su predilección, era soltarlos sin ton ni son en medio de las guaguas repletas de personas.
“Si está bien parada, da la mismo por delante que por atrás”, de esta forma bromeaba con la regla que exige que los pasajeros aborden el ómnibus por la puerta delantera y que desciendan por la trasera. No obstante, a la hora de bajar, ella misma hacía caso omiso a estas reglas y bajaba por delante, pero de espaldas, al tiempo que le decía al conductor:
“Mira Chino, me voy de espaldas para que parezca que me vengo de frente”, solía decía.
Para ella, cuyo nombre real muy pocos llegaron a conocer, todos éramos “chinos” o casi chinos. No obstante, La China si fue ampliamente conocida para los habaneros, entre los que circulaban rumores sobre su acaudalada familia, la cual, presuntamente, era propietaria de la llamada Casa de los tres Kilos, una tienda que llegó a estar entre las más famosas de la capital y que, tras ser expropiada luego del triunfo revolucionario en 1959, pasó a llamarse como actualmente todos la conocen: Yumurí.
En una ocasión, en la calle G y 25 del Vedado, justo en la parada de la antigua ruta 74, la China se apareció allí y comenzó a bailar y hacer reír como de costumbre a su “público”. En algún momento, un policía que se encontraba allí se hizo eco del ya tan comentado comentario sobre su origen, y para rematar el clavo, expresó:
“Yo no sé dónde habrá metido todo el dinero que tenía”, bastó con eso.
La China, que hasta ese momento se había mantenido alejada del agente, se le plantó en frente y le dijo con los ojos llorosos:
“Así que no sabes dónde está nuestro dinero. Pero si ustedes mismos fueron los que nos lo quitaron. Mi familia se fue a Puerto Rico y yo me quedé porque me gusta esto, pero ellos no se llevaron mi dinero, ustedes fueron quien me lo robaron”, le dijo.
Seguidamente, le dio la espalda al policía y reanudó su función frente a su audiencia como si nada hubiese ocurrido.
Riendo y haciendo de las suyas se mantuvo La China por las calles de La Habana durante mucho tiempo, hasta que un día desapareció de forma tan repentina como mismo había aparecido. Algunos aseguran que se la llevaron a ocultarla en algún manicomio hasta que muriese en paz, aunque también se dice, que con lo alegre y “jodedora” que era, lo más seguro es que donde quiera que haya ido a parar en su descanso eterno, de seguro perturbó la paz de los solemnes sepulcros de los alrededores. ¡Así era La China!