El negocio de la hípica vivió sus años dorados en Cuba entre 1940 y 1959. En esas dos décadas un caballo de carreras podía hacer ganar a su dueño en un buen día en el Oriental Park la friolera de 20 000 pesos.
Sin embargo, todo terminó en 1959 cuando la Revolución triunfante consideró las carreras de caballos como un vicio que era necesario erradicar a toda costa.
Según los historiadores las primeras carreras de caballos pura sangre en la Isla se realizaron a mediados del siglo XIX en las zonas de Colón y Corral Falso, donde los hacendados rivales competían con ejemplares importados desde Virginia y Kentucky en los Estados Unidos.
La práctica pronto se extendió a La Habana y tras el fin de la Guerra Hispano – Cubano – Americana se fundó el primer jockey club y se organizaron las primeras competiciones.
Para las carreras el Jockey Club construyó un hipódromo rústico en los terrenos de Buena Vista (donde hoy se encuentra el barrio del mismo nombre del municipio Playa) en los que los premios llegaban hasta los 15.00 pesos de plata.
En 1906 empresarios cubanos y estadounidenses construyeron un nuevo hipódromo en Ampliación del Almendares donde se estableció la primera competencia oficial el “Premio Julio de Cárdenas” que pagaba 5 000.00 pesos.
Sin embargo, diversos factores provocaron que el negocio no fructificara y en 1910 la instalación desapareció.
Por suerte para Cuba una ola de “moralidad” recorría el Congreso de los Estados Unidos dictando leyes como la Volstead (que prohibía a los americanos darse un traguito) o la promovida por el entonces gobernador de Nueva York, Charles Evans Hughes que prohibía las apuestas en las carreras de caballos y provocó el cierre de todos los tracks de Estados Unidos con excepción de los de Maryland y Kentucky.
Como sucedió con la prohibición de beber años después, los amantes de las carreras de caballo en Estados Unidos voltearon sus ojos a Cuba como alternativa a las prohibiciones de su país.
Sin embargo, chocaron con el problema de que no existían instalaciones para la práctica de la hípica.
La solución la encontraron en Marianao, donde el alcalde casi vitalicio del municipio, el coronel Baldomero Acosta les otorgó la licitación para la construcción del Oriental Park, que abrió sus puertas a los siete meses.
El óbolo de la instalación hípica tenía una milla terrestre y un graderío con capacidad para ocho mil personas.
El dueño de los tranvías de La Habana, el norteamericano Frank Steinhart que era el vicepresidente de la compañía operadora del hipódromo se encargó de que los tranvías llegaran hasta la puerta misma de la instalación y el negocio prosperó.
Tras la marcha de los empresarios estadounidenses el Oriental Park pasó a manos de intereses cubanos. La década de 1920 y sobre todo la de 1930 fueron muy negativas para el Hipódromo de Marianao, pues los amaños y arbitrariedades de los promotores provocaron el desprestigio de la instalación.
La asistencia, la calidad de las carreras y los ingresos cayeron a mínimos.
Bajo la dirección de Indalecio Pertierra y su hermano Julio, el Oriental Park no sólo se recuperó sino que vivió sus mejores décadas, 1940 y 1950.
Sólo en 1947, uno de los mejores años del hipódromo, se efectuaron 157 carreras y se distribuyeron 460 000 pesos en premios.
Las carreras se convirtieron en todo un espectáculo y el pueblo acudía a verlas sólo por el ambiente que las envolvía. Tocaban bandas de música, asistían estrellas de cine, deportistas y políticos que compartían con la gente de a pie.
Se estableció un tribunal para garantizar la limpieza de las carreras y desterrar los amaños de antaño que llevaron a cero el prestigio del Oriental Park y se introdujeron los mejores adelantos técnicos como el foto-shock en las metas.
La Revolución de 1959 representó la ruina del negocio hípico en Cuba. Las carreras se mantuvieron por unos años para financiar algunos planes del Gobierno como los repartos de Pastorita, pero su fin se selló cuando la administración del Hipódromo de Marianao se le entregó al Instituto Nacional de la Industria Turística (INIT).
Antes de la llamada Ofensiva Revolucionaria y en medio de una ofensiva contra los “vicios del pasado” las autoridades cubanas decretaron su cierre.
La última carrera se celebró el 5 de febrero de 1967 y la instalación se convirtió en una base de transporte.
Todos los centros de cría de pura sangre en el país fueron expropiados y años después, lo que quedaba de los mismos, entregados al “Comandante de la Revolución”, Guillermo García Frías, director de la Empresa Nacional de Flora y Fauna que ha hecho una verdadera fortuna vendiendo pura sangres en el mercado internacional a través de compañías fantasmas.